La principal traba para el desarrollo se denomina corrupción. Muchos pensaban que estas definiciones eran solamente aplicables a países del Tercer Mundo... hasta que nos hemos despertado contemplando cómo España pasaba a sufrir una brutal tarascada de los mercados por el efecto demoledor de los papeles Bárcenas.
En Cataluña nuestro mesías, el presidente Mas, ha tenido no se sabe si la ocurrencia o la desfachatez de convocar una cumbre anticorrupción mientras la sede de su partido se halla embargada por el caso Palau, uno de sus diputados acusado de vinculación con la mafia rusa y su secretario general a la espera de la imputación judicial tras haberlo solicitado el fiscal anticorrupción.
Todos los partidos políticos, desde la hipocresía, sacan pecho requiriendo y exigiendo que se ponga coto a esta lacra. Situación que ha llevado a nuestros conciudadanos a considerar a los partidos y el Parlamento como los organismos e instituciones menos fiables. Así lo proclaman una y otra vez las encuestas del CIS. Partidos políticos que han dejado ya hace muchos años de ser un centro de formulación ideológica para ser gestores o pretendientes de gestión del poder. Son monstruos de estructura elefantiásica que, en lugar de adaptar los gastos a los ingresos, adecuan los ingresos a los gastos.
Así, el problema no es la insuficiencia de la financiación, sino el propio sistema de los partidos, cuya estructura es tan desproporcionada como inasumible. Mientras, los españoles resultamos cotizantes de todos los partidos aunque no militemos en ninguno. La solución es nítida: que los partidos se financien con las cuotas de sus militantes, con el porcentaje que reciben de los sueldos públicos de sus responsables. Que su contabilidad sea pública, incluyendo las partidas puntuales. Y que el Tribunal de Cuentas sea algo más que Don Tancredo y sirva para lo que fue designado. Y que, cuando los Tribunales condenen, el poder no indulte. Estoy soñando despierto.
Javier Nart, abogado.