Firmas

La lista de lecturas de verano en Europa

En agosto los europeos se van a la playa. El continente echa el cierre dando por hecho que no pasará nada importante hasta que todo el mundo vuelva, adecuadamente bronceado, en septiembre. Nada importa la crisis de las subprime de agosto de 2007 o, más cerca de casa, la crisis monetaria europea de agosto de 1992: las vacaciones de agosto son una tradición venerable. Entonces, ¿qué deberían leer los europeos este verano bajo las sombrillas?

La obra de Milton Friedman y Anna Schwartz, titulada A Monetary History of the United States (Historia monetaria de Estados Unidos) debería figurar al principio de la lista. En el núcleo de su narrativa apasionante encontramos un capítulo sobre la Gran Depresión, que sostiene la acusación contra el consejo de la Reserva Federal de Estados Unidos por responder de manera inadecuada a la creciente crisis.

Suele entenderse que Friedman y Schwartz reprueban al Gobierno federal por no reaccionar con rapidez a las sucesivas oleadas de incumplimientos bancarios, primero a finales de 1930, y después otra vez en 1931 y 1933. Pero si les leemos detenidamente veremos que los autores se reservan su crítica más mordaz para el hecho de que el Gobierno federal no iniciara un programa concertado de compras de valores en la primera mitad de 1930 para prevenir esos incumplimientos bancarios.

Este mensaje se lo podían tomar en serio los consejeros del Banco Central Europeo, habida cuenta de su anuncio del 2 de agosto de que estaban listos para responder a los acontecimientos según se fueran desarrollando pero que, de momento, no tomaban ninguna medida. Leer a Friedman y Schwartz les recordará que es mejor salir de una crisis que confiar en la capacidad propia para acabar con ella.

La segunda recomendación es otro relato de la crisis de los años treinta, la obra de Charles Kindleberger titulada The World in Depression, 1929-1939 (El mundo en depresión, 1929-1939). Si los funcionarios de vacaciones detectan un patrón en sus lecturas estivales, mucho mejor. Lo que Kindleberger sostiene es que evitar una crisis -y cuando no se logra evitar, lograr salir de ella- exige liderazgo.

Específicamente, exige liderazgo de un país que tenga el poder del monedero y la voluntad de usarlo. El problema en el período intermedio, como Kindleberger lo relata, era la renuencia del poder dominante, Estados Unidos, a proporcionar liderazgo y los medios financieros para resolver la crisis.

En la Europa de hoy, la Alemania reunificada y revitalizada es el único país capaz de asumir este papel. Podría acordar una rápida recapitalización bancaria, una licencia bancaria para el Mecanismo Europeo de Estabilidad y una política del BCE más expansionista. Si Alemania proporcionara este tipo de liderazgo, otros países la seguirían rápidamente. Entonces, la crisis de Europa iría camino de resolverse. Cabe esperar que los alemanes que se estén bronceando en las islas griegas se sientan inspirados por este tipo de lectura. Pero es difícil estar seguro.

Evidentemente, los libros escritos por catedráticos de Economía sobre la Gran Depresión no es que resulten muy veraniegos. Para variar, los líderes europeos podrían coger la biografía escrita por Ron Chernow sobre Alexander Hamilton. Hamilton fue un personaje colorista, nacido fuera del matrimonio, educado en las Antillas y capitán de una compañía de artillería en la Guerra de la Independencia de Estados Unidos. Más concretamente, como secretario del Tesoro de George Washington, fue quien forjó el acuerdo que logró racionalizar las deudas de los estados de Estados Unidos.

Los estados de Estados Unidos se adentraron en la nueva unión con distintas cargas de deuda y distintas capacidades para cumplir su pago. Hamilton planteó que el Gobierno federal debía asumir responsabilidad por sus obligaciones derivadas del coste de financiación de la guerra. Identificó una fuente de ingresos -el arancel- que podía dedicarse a tal fin, y dejó el acuerdo políticamente asumible dejando claro que si los Gobiernos de los estados acumulaban más deudas y volvían a meterse en problemas, no serían rescatados por segunda vez.

Los funcionarios europeos argumentarán que su problema es más difícil. No es sólo que Europa no tenga un gobierno federal, sino que no hay ningún deseo de crear uno. Con todo, una lectura detenida de los logros de Hamilton les recordará a los lectores europeos que había la misma profunda aversión al federalismo en los primeros Estados Unidos. Hizo falta que hubiera políticos con visión y habilidades diplomáticas para forjar la entidad política que surgió tras la independencia.

Finalmente, los líderes europeos deberían pensar en meter en su bolsa de lecturas la obra de Barbara Tuchman titulada The Guns of August (Las pistolas de agosto). De nuevo, fíjense en el mes. Tuchman describe cómo una serie de decisiones individuales, que sonaban sensatas al valorarlas de manera aislada, tuvieron la consecuencia no pretendida de llevar a Europa a la Primera Guerra Mundial. Nadie predice que Europa vaya a entrar en guerra hoy. Pero lo que es cierto de la diplomacia internacional -que una serie de decisiones aparentemente razonables pueden tener consecuencias cataclísmicas si nadie se molesta en imaginar el final- es igualmente cierto de las finanzas internacionales. Europa se encuentra peligrosamente cerca de su Sarajevo financiero. Los líderes del continente, mientras se relajan en las costas del sur del continente abrumadas por la crisis, deberían tomarse en serio el mensaje de Tuchman.

Barry Eichengreen, Catedrático de Economía y Ciencia Política en la Universidad de California, Berkeley.

WhatsAppFacebookFacebookTwitterTwitterLinkedinLinkedinBeloudBeloudBluesky