Firmas

Oriente, donde las malas noticias son buenas

¿Quiere las buenas o las malas noticias? ¿Cuántas veces ha querido estrangular a quien le ha dicho eso? Bueno, para ahorrarle ese problema, la clave de esta columna es que en esto, como en muchas otras cosas, China es diferente. Ahora mismo, en China, las malas noticias son buenas.

Los mercados financieros y quienes comentan sobre ellos llevan algún tiempo bastante preocupados por China. ¿La segunda mayor economía del mundo nos salvará o nos ahogará? ¿Podría sufrir un golpe militar o caer en la anarquía? Todo se está poniendo algo crispado. Y, lo que es más importante, se nos escapa lo esencial.

Quizá sea simplemente que los mercados necesitan algo por lo que preocuparse y se han aburrido del colapso del euro. Al fin y al cabo, todavía faltan tres semanas para las elecciones griegas que podrían cambiar el equilibrio político para alejarlo de la austeridad y la reforma. Lo mismo ocurre con la segunda ronda de las elecciones francesas, que podrían traer un presidente que promete un tipo máximo del impuesto sobre la renta del 75% y la renegociación del pacto fiscal de Europa.

Así que mucho mejor preocuparse porque la tasa de crecimiento económico trimestral china de enero a marzo marcará el terrorífico y bajo tipo del 8,1%. ¡Ah!, y también porque el Partido Comunista acaba de expulsar a un agitador de la línea dura que adoraba a Mao y cuyo hijo conducía un Ferrari por Oxford. Hay que reconocer que el asunto de Bo Xilai es un tema apasionante. La detención de la esposa del señor Bo como sospechosa del asesinato de Neil Heywood, un empresario británico salido directamente de una película de espías, lo hace todavía más irresistible.

Puede que la acusen porque haya pruebas de su culpabilidad, o quizá todo forme parte del descrédito de su esposo por parte del Partido Comunista. Probablemente jamás lo sepamos. Desde luego, ése es gran parte del problema con China. Está gobernada por una inmensa burocracia de partido cuyo funcionamiento es fundamentalmente opaco. Hay tribunales de justicia y leyes que cada vez se hacen cumplir más, pero después está el propio Partido Comunista por encima de ellas. Es la ley.

Recuerda los tiempos  de Tiananmen

Con todo, esto no tiene nada de nuevo. Así que, al decidir cuánto preocuparse por lo que está pasando en China, seguro que lo mejor es centrarse en lo que es nuevo y lo que ya se conoce. Empecemos con la expulsión del señor Bo, hijo de Long Marcher, poderoso jefe regional de Chongqing, la versión China de Chicago, y candidato este año a uno de los nueve mejores puestos del partido en el comité permanente del politburó. Es la primera caída de un verdadero líder chino desde la atrocidad de Tiananmen de 1989, como muchos han señalado. Pero el contraste con aquella ocasión resulta muy revelador. El hombre que cayó entonces, y que estuvo en arresto domiciliario hasta su muerte en 2005, era Zhao Ziyang, que según los estándares chinos era un reformista liberal, simpatizante de los estudiantes de Tiananmen. En aquel momento, las malas noticias eran verdaderamente malas. Ahora, el que ha caído es un individuo de la línea dura: una figura dictatorial, aunque populista, que animaba a cantar canciones rojas y erigió una enorme estatua de Mao en su ciudad. Son los relativamente liberales quienes parecen haberle despedido. Las malas noticias son buenas.

No se trata de una conclusión completamente segura, como nada lo es jamás en China. La despedida de un individuo de la línea dura no augura necesariamente un período de reformas políticas. Pero sí inclina la balanza. Y la forma en que el caso Bo ha abierto una ventana sobre el comportamiento corrupto del que normalmente no se responsabilizan las poderosas figuras del partido probablemente traerá consigo nuevas medidas drásticas de algún tipo. En realidad, los datos económicos que la semana pasada asustaron a los mercados podrían resultar ser más importantes a largo plazo. Para empezar, es absurdo alarmarse cuando un país sigue creciendo a toda marcha. Pero también es cierto que esta leve ralentización, y los datos subyacentes, representa casi con exactitud lo que todo el mundo lleva años queriendo ver en China. Empezando por Wen Jiabao, el número dos chino que algunos creen que es el ganador del asunto Bo. Sea como fuere, lleva cinco años dando discursos abogando por el "reequilibrio" de la economía del país, con el discurso de moda, confiando menos en las exportaciones y la inversión y más en el consumo, limitando el daño medioambiental y prestando más atención a la creciente desigualdad.

Más preocupación causa en algunos el recalentamiento, dado que el rápido crecimiento chino ha provocado la inflación nacional que también se ha exportado a todo el mundo a través de los altos precios del petróleo y los alimentos, y por el enorme tamaño de los superávit de la balanza de pagos de China, que en 2008 alcanzó el 10% del PIB del país. Las buenas noticias en las últimas cifras económicas es que estas preocupaciones se van difuminando.

La inflación ha caído al estilo británico del 3,6%, el crecimiento de la demanda china de petróleo se ha ralentizado y el superávit por cuenta corriente se encuentra ahora mismo en un quinto de su máximo nivel. Y lo más alentador para el primer ministro Wen, tres cuartos del crecimiento de los últimos tres meses provino del consumo doméstico, ayudado por los crecientes ingresos.

Tres meses no hacen tendencia, como a todos nos enseñan cuando somos novatos en la prensa económica. Pero una ralentización de las tasas de crecimiento por encima del 8% sigue siendo bastante benigna. Y así fue el anuncio, a finales de la semana pasada, de que el Banco Central chino tiene previsto permitir mayores movimientos diarios en el tipo de cambio del yuan. Puede que no desemboque necesariamente en la tan pedida rápida revalorización de la moneda, pero la hace posible.

Hay más que suficiente por lo que preocuparse. La previsión del tiempo económico para Gran Bretaña y la zona euro es bastante turbulenta. El Atlántico está lleno de icebergs, y quizá nuestras economías sigan siendo un Titanic. Sin embargo, Asia no debería estar entre nuestras preocupaciones, al menos remitiéndonos a las pruebas actuales. Birmania va algo mejor, Corea del Norte no consiguió lanzar su cohete y China se conduce discretamente por el buen camino. No me sorprende que David Cameron prefiriera pasar la semana posterior a Semana Santa en Asia. La vida produce muchos más sobresaltos en casa.

Bill Emmott, exdirector de The Economist.

WhatsAppFacebookFacebookTwitterTwitterLinkedinLinkedinBeloudBeloudBluesky