
El mundo ha cambiado mucho desde que en 1992 se celebró en Río la denominada Cumbre de la Tierra. En estos veinte años, hemos disfrutado de uno de los periodos de expansión económica más largos de la historia. La población ha crecido un 26% y el PNB per capita un 39%. Un impulso que sin duda ha ayudado a que la mortalidad infantil haya decrecido mundialmente en un 33%, el número de países libres aumentado en un 34% o en un 13% el porcentaje de personas con acceso a agua. Esto merece tres hurras por la humanidad.
Sin embargo, todos sabemos ahora que algo debimos hacer mal, no sólo en estos últimos veinte años sino al parecer desde mucho antes. Además de la crisis económica que amenaza con extenderse, se han comenzado a transformar de forma irreversible algunos equilibrios básicos del funcionamiento del planeta. Un solo dato: desde la mencionada Cumbre hemos vivido 18 de los 20 años más calurosos registrados, y esto ha provocado que la temperatura del mar haya aumentado una media de 0,5º C, el nivel del mar casi 5 cm y seguramente algún que otro desequilibrio más.
Por desgracia, ya no hace falta hablar de lo que va a pasar, sino de lo sucedido. Aunque nos empeñemos en tranquilizar nuestras conciencias con la posibilidad de la no existencia de la absoluta certeza de las evidencias científicas de tal o cual efecto, no hace falta ser doctor en ciencias para mirar por la ventana y darse cuenta del ritmo actual de degradación de los recursos del modelo de producción y consumo, a la que se le sumará la incorporación de la increíble cifra de 1,3 millones de personas a la semana de forma constante durante los próximos 20 años.
Con este incremento de población, parece lógico pensar que si queremos que disfruten -y disfrutemos los preexistentes- de las casas, los coches, la energía, agua, etc., y el resto de los derechos que promete nuestro modelo de sociedad, sería necesario hacer algunos cambios.
Cambios que nos llevan a una nueva reflexión global. Una nueva Cumbre este año. Otra vez en Río, otra vez en junio; sin embargo, en una situación completamente diferente derivada de la crisis: con la nostalgia de muchos por volver lo antes posible al modelo económico que nos hizo caer, esta Cumbre se ve desgraciadamente agravada por la urgencia silenciosa de los problemas ambientales. Lo que seguramente no habrá cambiado serán los problemas de gobernanza. La misión imposible de tratar de llegar a acuerdos sobre asuntos globales que necesitan visión a largo plazo, en busca de consensos a través de representantes gubernamentales con agendas nacionales y la imposibilidad manifiesta para ver más allá de cuatro años.
Ante esta situación, hay dinero inteligente que sabe que los problemas son graves y básicos, están conectados de forma compleja e incierta, y si todo se agrava ligeramente va a afectar a sus negocios de forma significativa. Se preguntan cómo influirá sobre su actividad, tanto si se dedican a hacer refrescos, camisetas o jamón york, si el déficit neto de agua previsto es de un 40%; si se podrán permitir el lujo de quemar combustibles por muchas reservas de petróleo que tengan; si la Tierra se calienta; si las compañías de seguros seguirán siendo un buen negocio cuando cada año -como en 2011- se baten récords de pago de indemnizaciones por desastres naturales. Una situación que sitúa paradójicamente en la vanguardia a los líderes empresariales avanzados más que a la clase política. Esto ha sido lo que ha llevado a Nueva York a más de 600 influyentes miembros de la comunidad internacional de negocios a una conferencia, organizada por KPMG, preparatoria de la que tendrá lugar en Río. El objetivo ha sido claro: tratar de analizar la situación de estas megatendencias que marcarán el desarrollo, evaluar la influencia sobre sus negocios e identificar vías para liderar cambios desde el sector privado.
Algunas conclusiones
Tras tres días de debates, avanzo algunas de las conclusiones:
- No es posible abordar los problemas de la energía, del agua y la seguridad alimentaria por separado. Éstos se encuentran conectados. Sólo aportando soluciones al trilema se producirán avances significativos.
- La visión a corto plazo es un hecho general en las empresas y en los Gobiernos. Se necesita liderazgo para impulsar un número reducido de acuerdos globales claros, transparentes y de largo plazo, capaces de enviar señales eficaces en los precios, basados en la escasez de recursos y los impactos ambientales.
- Es necesaria la reforma y ampliación de las fórmulas actuales de colaboración entre Gobiernos y sector privado. Por otro lado, a través de la regulación únicamente no se puede desarrollar una tecnología ambientalmente más correcta, pero la tecnología ambiental necesita del desarrollo de la regulación.
Quedan algunos meses para la Cumbre y esperemos que para entonces tengamos respuestas tan claras de aquellos que nos representan, como las que hemos visto de las empresas líderes estos días en Nueva York. Entretanto, como decía en su intervención en la conferencia, Ban Ki-moon, secretario general de las Naciones Unidas "en estos tiempos parece que los CEO son los únicos que pueden moverse rápido".
José Luis Blasco, socio responsable de Sostenibilidad y Cambio Climático de KPMG en España.