Firmas

Joaquín Leguina: El príncipe de la Paz

Caricatura de José Luis Rodríguez Zapatero. Autor: Luis Grañena.

Manuel Godoy, elevado a príncipe de la Paz por Carlos IV, ha sido uno de los personajes más vilipendiados en vida y también tras su muerte, aunque ahora, 160 años después, algunos trabajos históricos lo comienzan a rehabilitar. Con mayor anticipación, José Bono ha intentado hacer lo mismo con otro príncipe de la Paz, José Luis Rodríguez Zapatero: "Cuando el mar se calme? con la perspectiva que da el tiempo, contemplaremos en toda su dimensión tu obra de gobernante?", le dijo solemnemente. Buenos augurios que se desvanecen ante un libro firmado por Jesús Eguiguren y Luis R. Aizpeolea.

Los autores, queriendo escribirle un epitafio grato ("Aquí yace el príncipe de la Paz"), han perpetrado un cruel retrato de ZP, quien aparece en el texto como un personaje mendaz y lleno de doblez. Sin fuste, sin principios y traicionando la palabra dada.

Al desvelar ante el lector los entresijos de la larga, tortuosa y desgraciada negociación con ETA, éste contempla el horrible espectáculo que dan unos representantes del Estado, quienes, por el mero hecho de sentarse a la misma mesa que los terroristas, aparecen ante nosotros degradados. Y es que este tipo de negociaciones tiene mucho de esperpento. En efecto, las palabras grabadas nos trasladan a El ruedo ibérico. Por ejemplo: un tal López, etarra, gordito y chillón, les suelta: "Si el Estado no acepta nuestras propuestas (entre ellas la derogación de la Ley de Partidos), esto será Vietnam". Y el espectador piensa: "No era como pensábamos, era como temíamos".

Esta historia de pacificadores sólo ha traído división a las filas democráticas y el reingreso triunfal de los proetarras en las instituciones... A cambio de una tregua que, según estos lópeces, será definitiva.

Los autores del libro pretenden ser pacificadores, pero resultan ser unos irresponsables, por no decir desleales. Así debió de interpretarlo Alfredo Pérez Rubalcaba cuando, hace dos años, les pidió que no lo publicaran, y para ello debió usar argumentos que los autores "no pudieron rechazar".

Joaquín Leguina, estadístico.

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