Los mayas nos dejaron un calendario con una fecha que predecía claramente el final de nuestra civilización y todo lo que ello conlleva. Éste fue el elemento principal para que Roland Emmerich realizase hace un par de años la madre de todas las películas de catástrofes, 2012 El fin del mundo, protagonizada por John Cusack, que mezcla sus problemas personales con los de la humanidad.
Viendo lo que está pasando estos días, se podría pensar que a España le queda un telediario y medio después de que las temibles agencias de rating nos hayan bajado dos escalones en la solvencia de la deuda soberana, que algunas comunidades autónomas ya estén catalogadas como bonos basura y que hasta los grandes dioses del poder económico, como el Santander o el BBVA, parecen haber entrado en declive.
Me comentan que mi amigo Joaquín Almunia va diciendo que el euro está a punto de desaparecer. Mi también amigo Lorenzo Bernaldo de Quirós me llama para recordarme que tenía razón y que nos dirigimos a la catástrofe; Rato teme que nos intervengan antes del 20-N y hasta el propio Emilio Botín ha tenido que salir a la palestra para pedir que le dejen en paz y que las autoridades europeas se dejen de recapitalizaciones generalizadas y arreglen de una vez la crisis de deuda. En definitiva, que la mayoría de los que saben con los que hablo últimamente me dicen con la solemnidad del burro que nuestra suerte ya está echada.
Si los mayas tienen razón y el mundo se va a acabar en unos meses, ¿por qué preocuparnos tanto? Al fin y al cabo, tantos argumentos científicos existen para decir que estamos ante el apocalipsis como para pronosticar el final del proyecto europeo o la intervención de España por el FMI.
Hay algunos que, modestamente, pensamos que a pesar de que a corto vienen mal dadas, en un par de años el mundo entrará en un nuevo ciclo de prosperidad y España volverá a salir de ésta como lo ha hecho antes, porque, como dice César Alierta, "es una historia de éxito".
Mariano Guindal, periodista económico.
