La subida de los tipos de descuento por parte de la Fed (que probablemente será seguida por el BCE), representa simbólicamente el comienzo del fin de la crisis. Vale la pena recordar, al respecto, dónde estábamos hace poco más de un año. Se hablaba de la crisis del 29 o del fin del capitalismo, y algunos escondían su dinero en el ladrillo de casa por miedo a que los bancos echasen el cierre.
Hoy casi todas las economías han vuelto a crecer, algunas a toda máquina -como China y demás países emergentes-, otras de una manera bastante sólida -Estados Unidos- y otras deteniendo el descenso -Europa-.
Los mercados financieros se han calmado y los bancos se reforzaron aunque todavía les quede mucho camino por recorrer, sobre todo en Europa. Quien hace 15 meses hubiese previsto un escenario como éste sería acusado, como mínimo, de optimista desaforado.
Muchos siguen pensando que el mundo se ha salvado gracias a las políticas monetarias y fiscales expansivas, que esta recuperación se debe únicamente a la política económica y que, por lo tanto, hoy, al comenzar la retirada de tales medidas profundamente expansivas, se corre el riesgo de una evolución en W; es decir, de volver a caer en una segunda recesión.
Con casi total probabilidad, eso es algo que no pasará. Es cierto que las inyecciones de liquidez de la Fed y del BCE en los momentos más complicados resultaron esenciales. La historia juzgará si el salvamento de las diversas instituciones financieras too big to fail fue excesivo o insuficiente. Pero, en cualquier caso, se han terminado tanto el pánico como la pérdida de confianza, que fueron los desencadenantes de los peores momentos de la crisis.
Con mercados más tranquilos y graduales aumentos de los tipos -necesarios para evitar que se dispare la inflación y, al mismo tiempo, retirar liquidez-, no deberían producirse mayores sacudidas. Ayer mismo, Wall Street reaccionó con un cierto desinterés a la subida de tipos de la Fed.
Un discurso diferente y más complejo es aplicable a la política fiscal. Mi impresión es que el paquete de estímulo americano, basado en fuertes aumentos del gasto, influyó menos de lo que sostiene la Administración Obama.
En el año de la mayor expansión fiscal de la postguerra, América sufrió la peor recesión del periodo. Es cierto que, como dijo hace unos días el presidente Obama, todavía hubiese sido peor sin el estímulo, pero muchos estudios recientes demuestran que el efecto del gasto público sobre el crecimiento es muy inferior a lo que los modelos keynesianos tradicionales pretendían.
Más aún, todos aquellos países que dejaron que se les escapasen de las manos sus propias finanzas públicas están ahora atravesando dificultades, con Grecia a la cabeza. Quede claro que hicieron bien los gobiernos en dejar aumentar los déficit y no contribuir a la recesión con unas finanzas públicas restrictivas durante la crisis, pero salir de la recesión con déficit del 10-12 por ciento del PIB es peligroso y se puede convertir en un lastre excesivo para el futuro.
La subida de los tipos iniciada por la Fed, unida a eventuales ascensos de los riesgos nacionales, necesarios para que el mercado absorba la montaña de deuda pública, podría dificultar el ajuste fiscal, incluso en EEUU.
El plan de recuperación que Obama ha anunciado es demasiado blando y se basa en proyecciones demasiado optimistas sobre la evolución de la economía americana. En definitiva, los gobiernos endeudados se están convirtiendo en el problema, no en la solución de la crisis. ¿Hay que prever, entonces, un frenazo debido a la reducción del déficit? No necesariamente.
Al igual que apretar el acelerador del gasto no ayudó gran cosa durante la crisis, pisar el freno de los gastos no creará problemas a la recuperación que ha comenzado. Más aún, el hacerlo liberará recursos para graduales reducciones de tipos impositivos, lo que ayudaría a la recuperación. El riesgo es que, en vez de meter mano a los gastos, se utilice la palanca de los ingresos. Entonces sí que nos debe preocupar la W.
Alberto Alesina es profesor de la Universidad de Harvard.