Evasión

Crítica de 'Misterioso asesinato en la montaña': comedia francesa de enredo criminal a lo Fargo

El titular en español recuerda inevitablemente a aquella obra maestra de Woody Allen estrenada en 1993 (en inglés era Manhattan Murder mystery) con Diane Keaton, Alan Alda, Anjelica Huston. En Francés es Un Ours Dans Le Jura (un oso en el Jura).

Pero siendo comedia, este Misterioso asesinato en la montaña, que no inventa nada, se parece más a los Coen o a Fargo. Y no solo por la nieve. Entretiene con inteligencia y buen humor. Se sirve de una trama disparatada para reírse con sus personajes, y lo hace con ternura y sin cinismo; y demuestra que el director cuenta con una sensibilidad especial para capturar lo absurdo de lo cotidiano. Y eso en una comedia es mucho.

La comedia francesa siempre ha sabido explotar las particularidades regionales, las pequeñas miserias cotidianas y los contrastes culturales. Misterioso asesinato en la montaña se inscribe dentro de esta tradición, pero lo hace con una vuelta de tuerca interesante: combina el costumbrismo con el thriller criminal, sin abandonar nunca su tono ligero y humorístico. El resultado es una película que no alcanza cotas memorables pero ofrece una experiencia divertida y llena de encanto.

La dirección corre a cargo de Franck Dubosc, veterano actor cómico que por tercera vez se sienta tras la cámara y apuesta por un relato de enredos que se disfraza de cine negro (Blanco, en realidad) para explorar, con mirada irónica, la vida rural francesa y sus peculiaridades. La historia arranca con un accidente absurdo provocado por un oso —sí, un oso— que desemboca en la muerte accidental de dos personas. A partir de ahí, el matrimonio protagonista, interpretado por el propio Dubosc y una brillante Laure Calamy, se ve envuelto en una espiral de decisiones cuestionables y ocultamientos cada vez más surrealistas.

La comparación con Fargo es inevitable desde el cartel: parajes nevados, crímenes mal planificados y personajes que se ahogan en sus propias mentiras. Sin embargo, Dubosc evita deliberadamente el tono oscuro o nihilista de los Coen. Aquí, la violencia es episódica, suavizada, y la estupidez de los personajes, lejos de ser monstruosa, se percibe más bien como entrañable. No hay una crítica despiadada a la condición humana, sino una celebración cómica del caos que puede generar una simple mala decisión.

La película sufre en algunos tramos, quizás por un montaje que no encuentra todo el tiempo el pulso adecuado para mantener la tensión o el gag. Aun así, el humor funciona, especialmente gracias a los personajes secundarios, que aportan riqueza y dinamismo. Destaca el gendarme con ínfulas filosóficas, que roba cada escena con una mezcla deliciosa de gravedad y ridiculez (Benoît Poelvoorde).

En general, los personajes secundarios sin piezas fundamentales de la maquinaria y refuerzan el espíritu comunitario que tan bien maneja la comedia francesa, esa capacidad para retratar pueblos donde todos se conocen, se vigilan y se ayudan, incluso en medio de una posible investigación criminal.

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