Evasión

Rayden: "'El taller de los niños interiores' no es una novela de autoayuda, es de autoindulgencia. Te devuelve al valor de fábrica"

Martes 13. Día que muchos tildan de mal augurio, pero que para mí fue todo lo contrario. Tuve el privilegio de charlar con una de esas personas que, sin quererlo, te remueven algo por dentro. No por su fama, ni por su trayectoria, sino por su capacidad para hablar sin máscaras. Le entrevisté como Rayden, pero el que se sentó frente a mí fue David Martínez Álvarez. Un hombre sereno, consciente, con la mirada de quien ha pasado por dentro del huracán y ha decidido quedarse a vivir en la calma. Y la sensación de que, al menos en este momento, está en paz con su niño interior y ya no busca impresionar.

Nos reunimos para hablar de su última novela, El taller de los niños interiores (SUMA), un libro que no se limita a surfear la ola del discurso actual sobre salud mental, sino que bucea hasta lo más profundo. Desde las cinco heridas de la infancia planteadas por Lise Bourbeau hasta el miedo a defraudar, el abandono, la gestión del ego o la construcción de la identidad.

"Soñé con mi yo niño y me dijo que éramos dos"

David Martínez recuerda perfectamente el instante en que nació esta historia. Y no fue ante una pantalla en blanco. Fue durmiendo. "El detonante fue soñarlo", me dice. "Tuve un sueño en el que veía mi colegio de pequeño, el Zulema, en Alcalá de Henares. Vi una versión mía de niño, sentado en la escalinata de la escuela infantil. Me acerqué, y me dijo que éramos dos".

Aquello le removió y lo comentó con su terapeuta. Esta le explicó que había estudios recientes que hablaban de dos niños interiores en cada persona: el de las luces y el de las sombras. Tiempo después, David asistió a un taller sobre ello. "Vi que la jefa de una empresa, una persona en paro y otra con inquietudes artísticas, como yo, estábamos conectados desde el mismo punto de partida. Me pareció que escribir algo desde ahí era un punto unificador. Pensar que nos unen las heridas".

Portada de 'El taller de los niños interiores' (SUMA).

Como punto de partida, El taller de los niños interiores se apoya en las cinco heridas emocionales que plantea Lise Bourbeau: rechazo, abandono, humillación, traición e injusticia. Le pregunto con cuál se identifica más, y su respuesta no deja lugar a dudas. "Con dos: con la herida del falso rechazo y el abandono. Desde pequeño he tenido una mala relación con la paciencia. Muchas veces se me ha quedado como la sensación de no haber sido atendido a tiempo. Cuando, a lo mejor, si hubiese esperado un minuto más, lo hubiese tenido. Pero el niño no lo sabe".

Hoy ha aprendido a mirarlo con otros ojos y me cuenta, literalmente, que ha aprendido a ser paciente desde hace cuatro días. "Ahora he descubierto este concepto, que parece de Perogrullo, pero me refiero a la paciencia desde el lugar que se la expliqué a mi hijo: darle tiempo a la realidad para que te descubra lo que realmente te quiere decir".

Tirso, Coral, Guzmán, Ovidio y Merida: "Hay un poco de mí en los cinco personajes"

En el corazón de la novela hay cinco personajes: Tirso, Coral, Guzmán, Ovidio y Merida. Y, en realidad, no son cinco invenciones. Son cinco espejos. Cinco máscaras. Cinco reflejos de su propio viaje. "Hay un poco de mí en cada uno de ellos. Para mí Tirso nace de mi miedo como padre. Coral, de mi frustración cuando llegué a lo que esperaba que era el éxito. Guzmán nace de mi síndrome de niño bueno, de salvador. Porque siempre intento que los demás estén orgullosos de mí, ser parte de la solución y no del problema, ser el pegamento que une, el puente… aunque a veces sea pisado. Ovidio es una crítica abierta a la industria musical. Y me encanta poder reflejar eso. Y Merida… Merida es mi relación con mis padres".

"Durante un tiempo muy dilatado, les he recriminado cosas que, como amigos, les hubiese perdonado desde el minuto uno", me cuenta. Se hace un silencio, no incómodo. Él no lo fuerza. Lo habita. Y ahí está la clave de esta novela. No en ofrecer respuestas, sino en atreverse a mirar sin filtros lo que duele, lo que cuesta perdonar, lo que se ha enquistado durante años.

"No tengo que impresionar a nadie. Nadie me puede abandonar. Soy adulto"

Durante años, David persiguió el éxito como un espejo ajeno. "Para mí era que mis padres y mis amigos se sintieran orgullosos de mí. No pararme a pensar si yo lo estaba". Su inicio en la música, cuenta, fue casi accidental: "Una noche de verano un amigo dijo que iba a formar un grupo, otro que iba a ser DJ. Yo, por no quedarme fuera, tiré para adelante con la música".

Ahora, todo eso ha cambiado: "Para mí el éxito es saber bailar con la vida sin pisar a los pies. Porque la vida te cambia el ritmo todo el rato. Si no sabes fluir, empiezas a decirte: 'no me merezco esto', o 'esto no es justo'. Y no se trata de merecer, sino de poner intención a lo que hacemos".

El músico y escritor Rayden.

David ha hecho las paces con muchas cosas. Pero no desde la resignación. Desde la conciencia. "De mi mochila emocional he aprendido que no tengo que impresionar a nadie. Que nadie me puede abandonar, porque para eso soy adulto. También que me tengo que cuidar de salvar. Y que no me tengo que rebajar a las expectativas de los demás. Si quiero impresionar a alguien, soy capaz de volar… pero eso, en el fondo, es rebajarme a lo que se esperaba de mí".

Tirso, el miedo y lo que cuesta dejar atrás

Hay personajes que duelen más escribir que otros. Para David, ese personaje fue Tirso. "Él representa todos mis miedos. A muchos niveles", confiesa. Y no se refiere solo al miedo como algo que paraliza o duele, sino como una parte profunda de su identidad. "Aunque parezca incoherente, a veces uno tiene recelo de soltar los miedos, porque uno se siente vinculado a ellos. Si te despojas de ellos, te despojas de parte de tu identidad".

Esa idea –tan íntima, tan desarmante– atraviesa gran parte de su discurso. No se trata solo de contar una historia en una novela, sino de aprender a mirarse sin filtros. De enfrentarse a lo que duele sin disfrazarlo. "No sé si es algo victimista", añade, "pero me cuesta". Y, aunque muchos podrían pensar que esta novela fue una catarsis personal, él lo matiza. "Gracias a que voy a terapia he podido coger altura para hablar de ciertas cosas. Pero no lo considero terapéutico. Sí que creo que es un lugar horizontal donde cualquier persona puede sentirse reflejada. Es un punto de encuentro".

Le comparto que a mí sí me ha parecido terapéutico. Que me ha ayudado a entender el dolor de otras personas, incluso a perdonar. "Puede ser un libro que, más que autoayuda, sea de autoindulgencia. Una novela que restaura el valor de fábrica. Como cuando apagas el móvil cinco segundos y se reinicia. Creo que te reconcilia con la idea de qué hemos venido a hacer aquí".

Y, sin embargo, esa misma honestidad que le permite escribir personajes como Tirso con una profundidad brutal es la que lo expone, a veces, a las heridas del mundo real. Especialmente en un entorno como el digital, donde todo se juzga desde la superficie. Como ocurrió tras su entrevista en El País, en la que el titular "Me he quitado el miedo a ser un padre ausente y volveré a la música, pero no es por 'marketing'" fue malinterpretado por muchos que ni siquiera llegaron a leer el artículo completo.

"Todo lo que se puede contestar con 'es tu impresión', ya está. Ya me salgo de la ecuación", dice con una claridad que solo se alcanza después de haberlo pasado mal. Porque lo cierto es que las críticas no iban tanto al contenido como a la lectura sesgada de un titular. "Había gente que incluso me echaba en cara que debía tener en cuenta que había personas que no pagaban la suscripción en ese medio. Como que yo tenía también que calcular el titular que iban a poner. Y es como... vale, es tu impresión".

David ha aprendido a tomar distancia. No por frialdad, sino por salud. "Para mi público, que volviese a la música sería una buena noticia. Pero para el que no le gusta lo que hago, es otra cosa más para chinchar. Entonces yo ahí no entro". ¿Lee los comentarios? "Ya he aprendido que no. Pero si me dejan un comentario público ofensivo y veo que es alguien que no me sigue, sí que suelo contestar. Porque siento que está invadiendo mi templo virtual-social. Es como que no me sigues y has hecho el esfuerzo de meterte para escribirme".

Rayden posa con su nuevo libro, 'El taller de los niños interiores'.

A veces, también le duele que se malinterpreten cosas que dice desde la calma o el análisis. "En el Benidorm Fest dije que no entendía cómo en ediciones anteriores se habían valorado ciertas cosas y este año justo lo contrario. Y por decir eso, ya la gente pensó que estaba tirando por tierra la victoria de Melody. Pero yo precisamente he votado para que esté Melody".

Por eso, ahora ha aprendido a no batallar con la interpretación ajena. A no intentar controlar lo que cada uno quiera leer de sus palabras. A soltar, incluso, esa necesidad de justificar lo que ya explicó con claridad. Porque como él mismo dice, con la misma serenidad con la que habla de sus miedos: "Lo puedo explicar mil veces, pero ya cada uno saca su propia impresión".

"De la vocación también se sale"

Hay una frase que aparece en la novela que le atravesó incluso a él. Le surgió escribiendo, en boca del personaje de Coral. "Tuve que levantar las manos del teclado, me puse de pie y me hice un café", recuerda. En ese instante entendió algo: que también la vocación puede ser una máscara. "Igual que tenemos heridas de la infancia, también tenemos máscaras. A veces tenemos una herida y para taparla hacemos cosas. Y si, además, alguien importante te dice que eres bueno en eso, vas a destinar todos tus recursos en hacerlo".

Así le ocurrió con la música. Y así descubrió que lo suyo no era solo cantar. "Yo siento que tengo vocación por escribir en todas sus formas", dice. Porque, en el fondo, todo viene de lo mismo: "Era una persona muy vergonzosa. Incluso para contarle algo a mis padres, les escribía una carta y se la daba. Por eso mi vocación es escribir: porque tenía mucho pudor para expresarme".

Lo que está por venir: un nuevo proyecto, una nueva forma de crear

No puede contarlo todavía, pero hay algo grande en camino. "El 3 de junio te podré contar otra cosa", adelanta entre risas. "Es un proyecto que me va a ocupar bastante tiempo. Solo puedo decir que estoy en un momento muy guay, en el que me permito jugar mucho. Y sí, podré hacer música, pero no desde las vías comunes".

Entre entrevistas, la radio, la defensa de esta novela y la escaleta de la siguiente, David está –más que ocupado, que también– conectado. Con su tiempo, con su gente, con su forma de estar en el mundo. "Todo tiene un sentido", dice. Y lo dice en voz baja, como quien no necesita demostrar nada. Porque quizá el mayor logro no ha sido escribir esta novela, sino llegar a un lugar donde puede, por fin, ser él. Sin urgencia. Sin máscara. Sin tener que impresionar a nadie.

Antes de despedirnos, le pido que recomiende El taller de los niños interiores a alguien que nunca ha oído hablar de él. "A cualquiera que tenga alguna relación enquistada, incluso consigo mismo. Alguien que sienta que algo se le hace bola, que vive con insatisfacción o infelicidad. Es una novela que tiende puentes. Y lo que plantea no son soluciones mágicas, sino lo que sucede cuando cada uno decide mirarse al espejo". Y así, de esta forma tan bonita, nos despedimos.

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