
En la paradójica danza del olvido y el renacimiento que siempre ha acompañado al rock, 2024 dejó una de esas cifras que, más que confirmar la decadencia del género, rememoran su eterno resurgir. El álbum más vendido en vinilo, ese objeto nostálgico y a la vez fascinante que antaño definía el alma de la música, era Rumours de Fleetwood Mac. Un disco de 47 años de vida, como si la historia se encargara de devolvernos a una era más plena y de recuperación del pasado. Que el disco estuviera en el puesto 34 de los 200 más vendidos según Billboard parecía más un guiño a los caprichos del destino que una simple estadística.
El hecho, sin embargo, no es sólo un marcador sobre la popularidad de un disco sino una síntesis perfecta de una banda que a pesar de haber alcanzado la cúspide del éxito, se dejó consumir por sus propias contradicciones internas. Y en la memoria del oyente –y, por qué no, del músico– la presencia de Fleetwood Mac sigue siendo una sombra que no se disuelve. Como si, más que un grupo de rock, fueran los trágicos héroes de una ópera contemporánea llena de excesos, envidias, traiciones y amor sin tregua.
En ese paisaje de vinilos que giran en los tocadiscos de medio mundo, las resonancias de Rumours siguen despertando la memoria de aquellos días dorados de la banda. Una banda que en 1975 se encontraba en su momento de mayor incertidumbre, como si estuvieran condenados a vagar entre las sombras del fracaso. Pero fue entonces cuando el destino les ofreció la oportunidad que cambiaría sus vidas: la entrada de dos jóvenes músicos desconocidos, Stevie Nicks y Lindsey Buckingham, cuyas historias se tejían entre el fracaso y la desdicha. La de Stevie, una camarera de mirada intensa, cuya voz rota por las vicisitudes de la vida parecía ser más un lamento que una melodía. Y la de Lindsey, un hombre tan cargado de egos como de sueños, cuyo talento parecía condenarlo a la eterna insatisfacción. Juntos, formaban Buckingham Nicks, un proyecto que pasaba desapercibido en los pasillos del negocio musical.
El giro inesperado llegó cuando Mick Fleetwood, líder de un Fleetwood Mac en decadencia, observó desde el otro lado del cristal del estudio Sound City el mágico poder de la voz de Stevie. Y así, el destino encadenó a esos dos seres perdidos con los veteranos del grupo. En un giro de azar casi teatral, la banda necesitaba de su talento para resucitar, al mismo tiempo que sus compositores originales se iban desintegrando bajo el peso de las tensiones internas. Mick Fleetwood y los suyos, más que en la búsqueda de un nuevo sonido, estaban en busca de una cura para su propia incapacidad para brillar.
La química que nació en ese estudio se transformó en una máquina de hacer éxitos. La banda de blues que parecía estar condenada al olvido pronto encontró la fórmula mágica con sus dos nuevos miembros. Y así fue como nacieron esos discos que hoy nos siguen acompañando, especialmente Fleetwood Mac (1975) y su sucesor Rumours (1977), este último marcado por la más perfecta de las contradicciones: el dolor amoroso transformado en una obra maestra. Un disco nacido del tumulto emocional de sus miembros, un trabajo tan lleno de frustración como de brillantez. Y con ello, los miembros de Fleetwood Mac sellaron no sólo la historia de una banda, sino la crónica de una época.
Esas canciones que parecen tan ligeras al oído –Go Your Own Way, Dreams, Rhiannon, The Chain– esconden en sus letras una guerra soterrada entre los miembros de la banda. La relación de Lindsey Buckingham y Stevie Nicks, por ejemplo, se volvió un campo de batalla donde el amor se convirtió en un terreno pantanoso que, a su vez, alimentaba la música. Pero no sólo eso: el sexo, el alcohol, las drogas y la infidelidad se entrelazaron con el proceso creativo, creando un cóctel que dio como resultado no solo los discos más vendidos, sino una mitología que persiste hasta hoy.
En 1976, los cinco integrantes de Fleetwood Mac rompieron con sus amores. Fue el año en que Rumours se grabó, en medio de un torbellino emocional que no podía sino reflejarse en las canciones. Si la química entre los miembros se había vuelto insostenible, su música, sin embargo, encontraba un camino hacia la perfección. Cuatro de sus canciones alcanzaron el Top 10 y el disco vendió 40 millones de copias. Sin embargo, tras esa creación casi perfecta se ocultaba una historia de traiciones, corazones rotos y desconfianza mutua que se convirtió en parte de la leyenda.
El final, como suele suceder con los grandes relatos del rock, fue tan inevitable como trágico. Tusk, el siguiente álbum, fue un reflejo de la disonancia interna de la banda: dos de sus miembros pasaron al primer plano con canciones lastimeras, mientras que Stevie Nicks apenas aportó cuatro temas. La banda se disolvió en la ambigüedad de sus propios excesos y contradicciones, pero no antes de dejarnos una colección de canciones que siguen sonando hoy con la misma energía de sus primeros días.
En el epílogo de esta historia, marcada por la adicción y la locura, Stevie Nicks emergió como la heroína rota, quien con su voz y su fragilidad se erigió como un emblema del rock. Aunque las giras se prolongaron más allá de lo esperado, con el tiempo el grupo se fue disolviendo, dejando un rastro de glorias y tragedias. Hoy, los ecos de Rumours siguen resonando, no solo en los altavoces, sino también en la memoria colectiva que siempre buscará la gloria y la caída, la creación y la autodestrucción.
El 2024, con su cifra reveladora, no es más que otro recordatorio de que la música, al igual que la vida misma, sigue marcada por los altibajos, y que el pasado, aunque se reviva, nunca deja de ser un testimonio de lo que fuimos y de lo que nunca podremos dejar de ser.