Evasión

David Hockney en París: la Fundación Louis Vuitton rinde homenaje al genio creativo con una original exposición

Por las venas de David Hockney no corre pintura, sino una mezcla espesa de luz inglesa, insolencia californiana y un amor insaciable por la belleza. La Fondation Louis Vuitton ha tenido la osadía —o tal vez la lucidez— de consagrar sus once salas a un hombre que ha pintado piscinas como si fueran ojos abiertos al sol, y árboles como si llevaran siglos esperándolo. En esta exposición, titulada simplemente David Hockney 25, el artista no solo se expone: se narra, se reescribe, se mira a sí mismo con la ternura de quien ha vivido lo suficiente para saber que lo importante no es entender, sino ver.

París, siempre dispuesta a embellecer la melancolía, recibe esta retrospectiva no como un acto de nostalgia, sino como una celebración del presente perpetuo que es el arte de Hockney. Más de 400 obras, de 1955 hasta 2025 —porque sí, algunas de sus piezas más recientes, aún húmedas de retina, también están aquí— componen este fresco colosal de un hombre que ha logrado, como pocos, permanecer fiel a su curiosidad.

Uno entra en la Fundación y no entra en una exposición, sino en una conversación que el artista mantiene con su propio tiempo. Está el joven de Bradford que pintaba a su padre con la devoción de un estudiante aplicado. Está el bohemio londinense que descubrió la irreverencia del deseo masculino. Está el californiano deslumbrado por la luz, las piscinas y los cuerpos flotando en un verano sin reloj. Y también está el viejo sabio de Yorkshire que, al borde del bosque, pinta los árboles como si fueran sus hermanos.

La curaduría, encabezada por Suzanne Pagé con la complicidad del propio Hockney, se permite el lujo de ser íntima en lo monumental. Cada obra está donde debe estar, como si el propio artista hubiese dispuesto los cuadros con sus propias manos y hubiese dejado, en el aire de cada sala, un suspiro de aprobación. Y es que, de hecho, así fue. Hockney no ha delegado ni un trazo en esta exposición. Ha trabajado codo a codo con su estudio, con la misma minuciosidad con la que pinta los reflejos del agua o los matices de un atardecer en Normandía.

Recorrer la muestra es entrar en una biografía emocional. A Bigger Splash, Mr. and Mrs. Clark and Percy, Christopher Isherwood and Don Bachardy… obras que no solo hablan del color, sino del tiempo, del amor, de la pérdida y de la ironía de vivir. Hay cuadros que parecen decirnos que la vida es un chapuzón inesperado, y otros que susurran que el mundo, en realidad, está hecho de sombras azules sobre una toalla blanca.

Pero Hockney no se quedó en el óleo ni en el acrílico. El hombre que pintó Los Ángeles en technicolor ahora dibuja con iPads y captura la luz con pinceles digitales. Es como si a cada década le hubiese pedido un lenguaje nuevo, y a cada tecnología, un motivo para seguir siendo joven. Sus "retratos de flores", creados en tabletas pero colgados en marcos dorados, parecen conjurar una paradoja: lo moderno también puede ser clásico, y lo clásico, radicalmente contemporáneo.

Hay un momento en la exposición donde todo se detiene. Es un paisaje: Bigger Trees near Warter. Invierno. Blancura. Silencio. Y de pronto uno siente que está ante algo más grande que un cuadro: una revelación. Porque si algo ha hecho David Hockney durante siete décadas no ha sido cambiar el arte, sino recordarnos que ver es un acto moral. Que mirar es elegir, y que en esa elección nos jugamos la ternura o la indiferencia.

Al salir de la Fondation Louis Vuitton, uno no recuerda una exposición, sino una sensación: la de haber asistido a una lección de vida sin palabras. Porque Hockney, a su manera inglesa y luminosa, nos ha enseñado a mirar de nuevo. Y tal vez eso sea lo único que el arte puede —y debe— hacer.

Ficha técnica

Fondation Louis Vuitton, Bois de Boulogne - 8 avenue du Mahatma Gandhi - 75116 Paris

De 9 de abril de 2025 a 31 de agosto de 2025

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