
Existen películas que intentan rendir homenaje a los grandes clásicos del cine de gánsteres y acaban siendo meros ecos sin sustancia. The Alto Knights pertenece a esta estirpe. Con un reparto de relumbrón, un director con trayectoria sólida y un guionista que ha firmado algunas de las mejores películas del género, lo lógico sería encontrarnos con una obra potente, intensa y vibrante. Sin embargo, lo que nos ofrece Barry Levinson es un relato que se despliega con la solemnidad de una misa aburrida y la emoción de un trámite burocrático.
Robert De Niro, el actor que en su día elevó el cine de mafiosos a una categoría artística, aquí dobla su apuesta interpretando tanto a Frank Costello como a Vito Genovese, dos titanes del crimen organizado neoyorquino. Pero más que un prodigio de versatilidad, lo que vemos en pantalla es una exhibición de manierismos y un desfile de prótesis faciales. Su Costello es elegante, cínico y calculador, mientras que su Genovese es puro exceso, una caricatura con tanto maquillaje que parece a punto de derretirse bajo los focos. Si la intención era mostrar dos polos opuestos dentro del mundo de la mafia, el resultado es más bien una lucha entre la sobriedad y el histrionismo dentro del mismo rostro.

El mayor problema de The Alto Knights no es solo su protagonista desdoblado, sino su total falta de pulso narrativo. Levinson, que ya había coqueteado con el universo mafioso en Bugsy, vuelve a adentrarse en un terreno que claramente no le pertenece. En las manos de Scorsese, este material habría cobrado una energía frenética, repleta de traiciones, diálogos afilados y una violencia coreografiada con precisión quirúrgica. Aquí, en cambio, todo transcurre con una parsimonia exasperante, como si la película estuviera esperando constantemente a arrancar, pero nunca encontrara la marcha adecuada.

El guion de Nicholas Pileggi, que en Uno de los nuestros y Casino brillaba con diálogos punzantes y una estructura electrizante, aquí se muestra perezoso y predecible. La rivalidad entre Costello y Genovese debería haber sido un choque de trenes, una tragedia shakespeariana con balas y puñaladas traperas. En su lugar, nos encontramos con un relato que avanza sin tensión, sin que nos importe realmente el destino de sus personajes. La traición y la ambición, motores fundamentales del cine de mafiosos, aquí se presentan con la misma intensidad que un trámite administrativo.
La música, omnipresente y redundante, intenta en vano dotar de emoción a una historia que no consigue despegar. Cada escena parece necesitar una banda sonora de apoyo, como si los realizadores supieran que la imagen y el guion no son suficientes para sostener la narración.
Y así, lo que debería haber sido una crónica apasionante sobre el ascenso y caída de dos titanes del crimen se convierte en un ejercicio de estilo vacío. The Alto Knights no es un desastre absoluto, pero tampoco logra justificar su existencia en un género plagado de obras maestras. No emociona, no sorprende, y lo peor de todo: no deja huella. Como diría cualquier buen mafioso, es un negocio que no vale la pena