Evasión

Emilia Pérez: el desafío de la verosimilitud que consagra a Karla Sofía Gascón

Jacques Audiard es un cineasta que nunca ha temido el riesgo, y con Emilia Pérez se lanza a una de sus apuestas más audaces: un musical que mezcla la redención de un capo del narcotráfico, un análisis de las identidades de género y un retrato de la violencia en México. La propuesta es, en teoría, tan absurda como fascinante, y lo que Audiard consigue es un ejercicio de estilo que desafía las convenciones narrativas, emocionales y culturales del cine contemporáneo. Sin embargo, no todo en Emilia Pérez brilla; a pesar de sus innegables virtudes, la película se tambalea en un tramo final caótico que diluye parte de su encanto inicial.

Un relato imposible que abraza el kitsch

El concepto central de la película —un narcotraficante que, tras cambiar de sexo, busca redimirse de sus pecados— es un delirio que solo podría haberse llevado a cabo con una visión clara y un compromiso absoluto con su propio artificio. Audiard no solo abraza el kitsch; lo convierte en la columna vertebral de su relato. Su apuesta es clara: llevar al límite los elementos melodramáticos y el kitsch de la narrativa mexicana, en un intento de reinterpretar el culebrón como una forma de arte elevada. Este homenaje al melodrama es evidente en cada decisión estilística, desde las coreografías musicales desbordadas hasta los giros emocionales exagerados.

Pero lo que podría haber caído en lo ridículo se sostiene gracias a la fe inquebrantable que Audiard deposita en su historia y en sus personajes. En particular, la Emilia Pérez del título, interpretada magistralmente por Karla Sofía Gascón, es un torbellino de emociones que domina la pantalla con una mezcla de vulnerabilidad, carisma y fuerza. Gascón logra encarnar no solo la transformación física del personaje, sino también el complejo viaje emocional de alguien que busca reconciliarse con su pasado y encontrar una nueva identidad. Su actuación es el corazón de la película, y su capacidad para transitar entre la generosidad y el lado oscuro del personaje aporta una dimensión inesperada a un relato que, en manos menos capaces, podría haber resultado plano.

Una ensalada de géneros

Uno de los aspectos más fascinantes —y problemáticos— de Emilia Pérez es su mezcla de géneros. Audiard combina el musical, el melodrama, el cine social, la comedia de enredos y el thriller narco en un mosaico que se transforma constantemente, a menudo sin previo aviso. Esta fluidez es tanto su mayor fortaleza como su mayor debilidad. Por un lado, la película nunca deja de sorprender, manteniendo al espectador en un estado de asombro constante. Por otro lado, esta ambición genera un tono desigual que, especialmente en su tramo final, se siente desordenado y carece de cohesión.

El musical, en particular, es el vehículo principal de la película. Desde el uso de canciones originales hasta coreografías elaboradas, Audiard muestra su influencia de Jacques Demy y el Hollywood clásico, pero también imprime su sello único. Uno de los momentos más memorables es una escena en la que Zoe Saldaña canta sobre cómo "cambiar el cuerpo es cambiar el alma", mientras una coreografía de cirujanos plásticos acompaña el número. Es en estos momentos cuando la película alcanza sus mayores alturas, navegando entre el humor, la emoción y el absurdo con una elegancia que pocos cineastas podrían lograr.

Para disfrutar plenamente de Emilia Pérez, el espectador debe abandonar cualquier expectativa de realismo. Audiard no pretende ofrecer un retrato fiel de la sociedad mexicana ni una exploración rigurosa de la identidad trans; su enfoque está en las emociones y el espectáculo. Sin embargo, esta distancia de lo real puede ser problemática para algunos espectadores, especialmente cuando aborda temas delicados como la violencia del narcotráfico o la masculinidad tóxica. Estos elementos, aunque presentes, se sienten más como decorado que como componentes esenciales del relato.

La representación de México y su cultura es otro aspecto que podría generar controversia. Como cineasta francés, Audiard se apropia de ciertos clichés y estereotipos para construir su narrativa, lo que podría interpretarse como una simplificación de una realidad compleja. Sin embargo, más que una apropiación superficial, parece ser un homenaje deliberado al melodrama mexicano y a los códigos del cine popular.

Un final caótico

El mayor problema de Emilia Pérez radica en su tercio final. Lo que comienza como una narrativa exuberante y bien articulada se convierte en un caos que parece perder de vista los objetivos iniciales de la película. Gran parte de esta desconexión se debe al personaje interpretado por Edgar Ramírez, cuya presencia introduce elementos que no terminan de encajar con el resto del relato. Aunque Audiard intenta cerrar la película con una explosión emocional, el resultado es una conclusión apresurada que deja más preguntas que respuestas.

A pesar de sus fallas, Emilia Pérez es una película que merece ser vista por su audacia, su originalidad y la poderosa actuación de Karla Sofía Gascón. Jacques Audiard se atreve a romper moldes y explorar territorios narrativos inusuales, creando un experimento que, aunque imperfecto, es emocionante y único. Emilia Pérez no es una película para todos, pero para quienes estén dispuestos a sumergirse en su mezcla de géneros y emociones desmedidas, ofrece una experiencia inolvidable. Es, en última instancia, una obra que celebra el poder del cine como un espacio de reinvención y transformación.

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