
Madrid, 19 mar (EFE).- Anda revolucionado el mundo cultural estos días en Madrid, y fuera de Madrid, con el hallazgo del emplazamiento de los restos mortales de Miguel de Cervantes Saavedra, autor, entre otras maravillas, de "El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha", considerado la mejor novela de la historia y, tras la Biblia, el libro más publicado y traducido del planeta.
Las autoridades municipales de la capital de España se las prometen muy felices, pensando en los ingresos que generarán esos restos cuando, colocados en el correspondiente túmulo en la iglesia de las Trinitarias, en cuya cripta estaban inhumados, sean un atractivo turístico a la altura de la tumba de Shakespeare en Stratford-upon-Avon. A lo mejor sí, y a lo mejor no.
Shakespeare y Cervantes fueron contemporáneos, si bien el inglés murió mucho más joven que el español: Shakespeare, días antes de cumplir 52 años, y Cervantes a los 69. Eso sí, el mismo año (1616), el mismo mes (abril) y casi el mismo día (el 23 el autor de Hamlet, el 22 el del Quijote). Una última coincidencia: Cervantes fue enterrado, como decimos, en la iglesia de las Trinitarias; Shakespeare, en la Holy Trinity Church.
Cervantes nos cuenta, al principio del Quijote, qué comía el hidalgo antes de salir como andante caballero por los caminos. Esto: "una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, lentejas los viernes, duelos y quebrantos los sábados y algún palomino de añadidura los domingos consumían las tres partes de su hacienda". Quiere decir que las tres cuartas partes de sus rentas se iban en alimentación.
Una olla de algo más vaca que carnero. Bien, la olla, el precedente de todos los cocidos y pucheros hispánicos, era la comida habitual en el siglo XVII. Lo que nos quiere indicar Cervantes al decirnos que tenía más vaca que carnero es que la hacienda o las rentas del caballero no eran muy desahogadas.
En aquella época, el carnero era la carne más apreciada, valorada y cotizada. Entonces no era muy frecuente criar vacas sólo para carne: eran, más bien, un animal de trabajo. El carnero, en cambio, era lo más deseado. Si el hidalgo debía poner en su puchero más vaca que carnero, es que no podía permitirse demasiadas gollerías.
Pero eso se aprecia en el resto de su dieta semanal. El salpicón de las noches era un aprovechamiento de las carnes sobrantes de la olla matutina: frías, aliñadas con cebolla, aceite y vinagre. Una ensaladita de vaca fiambre, diríamos hoy. Las lentejas de los viernes eran viudas, porque los viernes eran día de abstinencia para los católicos, así que no se les podía añadir ninguna de las suculencias porcinas, como el chorizo o el tocino, que hoy son habituales con esta leguminosa.
Los duelos y quebrantos han generado múltiples interpretaciones. Seremos serios: nadie sabe a ciencia cierta qué eran, es un plato cuya memoria se perdió. La mayoría de los estudiosos cervantinos, que no "gastrocervantinos", creen que se trataba de huevos con torreznos, con tocino; pero tenemos un problema, porque en el siglo XVII los sábados, como los viernes, eran día de vigilia y no se podía comer carne, aunque se hacían excepciones con cosas como las asaduras, con los trozos menos nobles de la res. Cualquiera sabe.
El palomino de los domingos no es nada del otro mundo. Raro era en la época el hidalgo o simplemente el campesino acomodado que no tenía un palomar próximo a su vivienda, así que echar mano de algunos pichones para la comida dominical no tiene nada de lujoso, aunque gastronómicamente sea, al menos para mí, el más atractivo de los platos que Cervantes incluye en el menú de don Alonso Quijano.
En fin: ojalá que los huesos de don Miguel descansen por fin en paz; al contrario que Shakespeare, en cuyo epitafio pide que no se hurgue en ellos, Cervantes ha sido objeto de una búsqueda que ha removido muchas osamentas. Shakespeare maldice, en su epitafio, a quien lo hiciera; Cervantes ni epitafio tenía. Que ésa es otra. A ver qué ponen, además de, claro, "gracias".
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