
Aunque las pruebas científicas sobre el calentamiento global hace tiempo que son incontestables y existe un consenso amplio sobre la necesidad de actuar al respecto -piénsese en el Acuerdo de París, ratificado por 181 países-, la respuesta a este desafío encuentra aún notables resistencias. Entre otras cosas, porque el cambio entraña en ocasiones costes relevantes (a corto plazo).
Por ello, es útil plantear todo curso de acción en términos económicos. Una de las vías de acción más evidentes para minimizar la huella ambiental causada por el hombre es, precisamente, la economía circular, que aboga por un mejor uso de los recursos y lleva ínsita la promesa de nuevas oportunidades de negocio. Un informe de International Resource Panel del pasado marzo afirmaba que la recompensa por ser más eficiente podría ascender a 1,7 billones de euros anuales.
Pero ¿en qué consiste la circularidad? Se trata de extraer el máximo valor y uso de materias primas, productos y residuos para ahorrar energía y aminorar las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) -los principales causantes del calentamiento global-. La Unión Europea (UE) ha dispuesto un plan para lograr este objetivo, y en enero de 2018 ideó un marco para evaluar su seguimiento.
Reutilizar, palabra clave
El citado Acuerdo de París, firmado en diciembre de 2015 por los miembros de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), se fijó el objetivo de limitar el aumento de la temperatura del planeta a "bastante menos de 2 grados centígrados". Para lograr ese objetivo, la optimización de los recursos y, en concreto, su reutilización, es imprescindible. Máxime cuando, como apunta la OCDE, el rumbo actual nos llevaría a un alza de 3 grados.
La buena noticia es que hay mucho margen de mejora. Un informe de Circle Economy, fechado el pasado junio, sostiene que solo un 9,1 por ciento de la economía global es circular: de las 19.400 millones de toneladas de materiales clasificados como desperdicios tras su paso por el engranaje económico mundial, solo 8.400 millones se reutilizan. El resto se incinera, va a parar a vertederos o acaba disperso en el entorno.
En la UE (ver gráfico), cada año se transforman 8.000 millones de toneladas de materiales en energía o productos. Tan solo 600 millones de toneladas proceden del reciclaje. Con respecto a la salida de la economía, de los 2.200 millones de toneladas de residuos que se ge-neran solo 600 millones se reintroducen en el sistema como materiales reciclados. El resto de los materiales, esto es, 1.500 millones de toneladas, son residuos.
A pesar de todo, ha habido avances en los últimos años. Por ejemplo, la generación de residuos urbanos per cápita en la UE se redujo un 8 por ciento entre 2006 y 2016, hasta una media de 480 kg per cápita al año. Entre 2008 y 2016, las tasas de reciclaje de residuos municipales en la UE han pasado del 37 por ciento al 46 por ciento. Entre 2008 y 2015, la ratio de reciclado de envases creció del 62 por ciento al 66 por ciento. La mayor oportunidad está en el plástico, donde la tasa media de reciclaje es hoy del 40 por ciento. En el caso de los desperdicios derivados de la construcción, la recuperación es del 88 por ciento.
Además de reutilizar lo consumido, otro pilar de esta estrategia por la circularidad es disminuir el consumo de recursos en primer lugar. En 2050, las proyecciones indican que la población global aumentará un 28 por ciento y consumirá un 71 por ciento más de recursos per cápita. Si no se toman medidas, el uso conjunto de metales, biomasa, minerales y otros materiales pasará de 85.000 millones a 186.000 millones de toneladas anuales en esa fecha.
Circle Economy muestra que en 1900 la extracción de recursos era de unos 7.000 millones de toneladas; en 2015, la cifra era de 84.400 millones de toneladas. El pronóstico para 2050 es un incremento considerable, hasta un total de 177.000 millones de toneladas anuales. La oportunidad -y la necesidad- de sacarles más partido a esos materiales parece incontrovertible.
Según el International Resource Panel -en un estudio publicado en 2017-, la adopción de políticas ambiciosas para mitigar el cambio climático detraería un 3,7 por ciento del PIB mundial per cápita para 2050, pero este coste se compensaría con el uso más eficaz de los recursos, al punto de generar unas ganancias netas de 1,7 billones de euros.
La situación en España
En su informe de 2017 Situación y evolución de la economía circular en España, Cotec ofrece una descripción pormenorizada de los desafíos y avances logrados en nuestro país. Para empezar, constata la racionalidad que la crisis económica de 2008 introdujo en el consumo de recursos -por el marcado influjo del sector construcción en al estructura productiva-. Así, el consumo nacional de materiales (CNM) se ha reducido casi un 50 por ciento entre 2008 y 2012.
La intensidad energética de la economía es inferior al promedio de la UE-28; entre 2000 y 2013, esta variable disminuyó casi un 20 por ciento. La generación de residuos municipales también mantiene una senda generalizada de descenso: en el periodo 2000-13, esta caída por habitante llegó al 31,8 por ciento, un ritmo muy superior al logrado por la UE-27 (8 por ciento), si bien esta partía de una mejor situación.
La nota negativa la pone la inversión en protección ambiental en el sector de la industra, que según Cotec se ha reducido un 60 por ciento en los últimos años.
Los beneficios, sin embargo, son claros si se toman las medidas oportunas. La consecución de los objetivos en materia de residuos fijados por la UE en su estrategia para la economía circular permitirá crear 580.000 puestos de trabajo -52.000 de ellos en España-. Ya entre 2000 y 2007, el empleo relacionado con el reciclaje en países europeos aumentó un 45 por ciento.
El semanario The Economist señalaba en un reportaje de septiembre-citando informes del Club de Roma- que, si se duplicase la vida útil de los productos y se redujera a la mitad el uso de materiales vírgenes, el cambio económico resultante se traduciría en 200.000 nuevos puestos de trabajo en España. De nuevo, la recompensa parece suficientemente atractiva como para espolear a la acción.
Las recomendaciones de Cotec remiten a los planes diseñados en la UE y a la elaboración de una hoja de ruta nacional que implique un "cambio radical del sistema de producción y consumo".
La OCDE, por otra parte, señala para el conjunto de sus países miembros la conveniencia de reformular impuestos y subsidios para incentivar dicho cambio. Por ejemplo, el apoyo combinado a los combustibles fósiles supera los 50.000 millones de euros anuales. En 2014, la recaudación por gravámenes favorables al medioambiente era de media del 1,6 por ciento del PIB, mucho menor que la obtenida por impuestos sobre el trabajo.
Este organismo indica asimismo que la aplicación conjunta de reformas económicas y políticas climáticas ambiciosas podrían acelerar el crecimiento económico al mismo tiempo que garantizarían la inversión requerida para cumplir los objetivos medioambientales a largo plazo. En concreto, un avance como el descrito elevaría el crecimiento a largo plazo una media del 2,8 por ciento en los países del G20. La inacción supondría un coste anual de entre el 10 y el 12 por ciento del PIB global para 2100.
A comienzos de este mes, el Panel de Expertos de Cambio Climático de la ONU (IPCC, por sus siglas en inglés) hizo públicas sus conclusiones, tras analizar más de 6.000 estudios sobre cambio climático. El IPCC señaló los múltiples beneficios de restringir el aumento de las temperaturas a 1,5 grados centígrados a 2100 -por contraste con el horizonte de los 2 grados-. Por ejemplo, medio grado menos significa que el nivel de los océanos crecerá 0,1 metros menos, poniendo a 10 millones de personas a salvo del riesgo de inundaciones, daños en las infraestucturas y en el suministro de agua potable. Todo ello no hace sino subrayar la necesidad de ponerse manos a la obra sin dilación.