Que el multilateralismo comercial está en crisis no es, ciertamente, un fenómeno aislado. En los últimos tiempos ha sido sustituido por las relaciones bilaterales o cedido terreno ante peligrosas iniciativas unilateralistas. Dicho de otra manera, se está poniendo en cuestión el sistema -¡que tanto costó poner en pie!- para que el mundo se mueva a partir de la confianza entre las partes y avance por la vía del diálogo y la negociación.
Estamos hablando de todo un edificio construido sobre los escombros de la Segunda Guerra Mundial. Fue en 1945 cuando se establecieron organismos y relaciones de convivencia para fijar acuerdos internacionales que superaran los dos mayores conflictos del siglo XX. Ahí empezó el periodo más rico en la historia de la humanidad en lo que a logros políticos, económicos y sociales se refiere. Porque aquel esfuerzo colectivo permitió una serie de pactos orientados a crear una nueva organización de las relaciones internacionales basadas en el diálogo y la negociación sobre reglas discutidas y aprobadas por todos los países.
Se creó, en suma, un sistema de instituciones internacionales que abarcó un orden marcado por la Organización de las Naciones Unidas, desde las políticas basadas en el uso de la fuerza, en manos del Consejo de Seguridad, a las del sistema financiero y de cooperación, que quedó a cargo de las instituciones de Bretton Woods: el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.
(Me adelanto desde ya a contestar toda crítica, incluso la más cínica, reconociendo que sí, que el sistema tuvo y tiene sus fallos; que es mejorable como toda obra humana -y ésta lo fue gigantesca-, pero que aquella gran ambición dio frutos extraordinarios y generó un sistema que siempre será capaz de perfeccionarse).
Sobre este esfuerzo se constituyó una red de decenas de organizaciones sociales en todos los órdenes. Quizá la cooperación en la lucha contra el cambio climático haya sido el más reciente avance -con sus logros y sus carencias- en la carrera para preservar la vida en nuestro planeta. En 1945 quedó, sin embargo, un ámbito particularmente complejo para el acuerdo internacional que no consiguió materializarse. Me refiero a las reglas de funcionamiento del comercio internacional.
El mundo empezó el largo camino de la descolonización. Los países destruidos por la guerra necesitaron ayuda y cooperación para reconstruirse; para superar una pobreza que afectó al 40% de la población. La crisis económica profunda, la necesitad de alimento, entonces muy relacionado con la producción agrícola, no facilitó la apertura de fronteras. Esto no quedó resuelto en Bretton Woods. Por eso, en 1949, un grupo de países con mayor grado de desarrollo se puso manos a la obra para regular las relaciones comerciales. Así nació el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio, el GATT.
Cuatro décadas más tarde, empezó en Uruguay una ronda del GATT que, contra los principios fundacionales, incluyó la agricultura y los servicios a las reglas y los acuerdos comerciales. Fue el primer paso para que, ocho años después, naciera la primera organización internacional dedicada a regular el comercio mundial de todos sus bienes: la Organización Mundial del Comercio (OMC). Fue un paso extraordinario para las relaciones internacionales. Se trataba de regular el comercio mundial para hacerlo más transparente, para seguir normas de conducta reguladas que protegieran el interés común.
La OMC se organizó en torno a tres grandes funciones: solucionar las controversias; establecer normativas para regular un amplio campo de actividades, y generar una administración que asegure la transparencia de las políticas comerciales. Pues bien: esta Organización pasa por una situación crítica. Por eso, un grupo de expertos se reunió recientemente en Punta del Este, Uruguay (sede de la Conferencia del GATT en 1986), para constituirse en un observador permanente que analice los problemas del comercio y la defensa de la OMC y sus regulaciones.
Entre los temas tratados, la falta de jueces en el llamado Órgano de Apelaciones, que es el mecanismo de solución de controversias en el seno de la OMC, centro neurálgico de la misma. Tiene este órgano siete jueces y ahora sólo funciona con tres, el mínimo requerido. Pero a finales de este año cesan dos de ellos, con lo que un miembro en activo hará que el sistema deje de funcionar. Es tan absurdo y tan penoso como parece.
Hasta la fecha, el sistema de solución de conflictos ha intervenido y laudado en 582 casos. Si los países no se implican en integrar el número necesario de jueces para operar el sistema, la OMC daría un gran paso atrás; pondría en cuestión el sistema que regula el comercio internacional, hoy en manos de 190 grandes empresas que a menudo eluden los controles que a todos comprometen. El debilitamiento de este instrumento puede ser solo el inicio de una tendencia hacia el unilateralismo que afectaría, sobre todo, a los países menos desarrollados.
"Como Grupo Punta del Este estamos convencidos de que es el multilateralismo -no las políticas unilaterales-, el que da respuesta a los múltiples desafíos de una economía mundial inevitablemente interdependiente".
Es necesario repensar un sistema multilateral de acuerdos que se atenga a las nuevas realidades económicas, políticas y sociales, pero sin perder de vista un sistema de normas que ofrezca previsibilidad y seguridad jurídica a todos los actores. Solo así será posible que el comercio continúe siendo un instrumento para avanzar en nuestros objetivos de desarrollo sostenible.
La reforma, mejor: la recuperación de la OMC urge. Necesita un proceso formal precedido por el diálogo y el entendimiento. Ignorarlo dañará a los países más pobres, socavará la confianza en las instituciones y dará al traste con los esfuerzos colectivos que han conseguido unas relaciones comerciales más justas y más equilibradas para los pueblos del mundo.