
Todos los relevos son siempre complicados en democracia porque en tales coyunturas las ideas políticas se entremezclan con la prosa personalista de la instalación de quienes las gestionan.
Y el cambio que va a producirse en la cúpula del Partido Socialista no es una excepción.
En concreto, la renuncia de Rodríguez Zapatero a ser candidato en las próximas generales dejaba lógicamente el camino expedito a las legítimas aspiraciones de sus conmilitones, por más que la situación del Partido Socialista sea tan delicada que el énfasis de sus cuadros debería ponerse en planear la supervivencia y la recuperación, en vez de disputarse los restos del naufragante navío que acaba de obtener el peor resultado de su historia.
El planteamiento de Zapatero
Como es conocido, el planteamiento de Zapatero el 2 de mayo, cuando concretó el prematuro anuncio que realizó en la pasada copa de Navidad con los periodistas, en Moncloa, consistía en abrir un proceso de primarias para la designación del candidato a la presidencia del Gobierno en las elecciones de marzo, en tanto él permanecía al frente del Gobierno y del partido.
En esta última responsabilidad había de permanecer -se sobreentendía- hasta que se celebrase el próximo Congreso, el 38º, después de dichas elecciones (estatutariamente, el Congreso deberá tener lugar después de cumplirse el tercer año del anterior y antes de cumplirse el cuarto, es decir, entre este mes de julio y julio de 2012).
En este esquema estaba tácitamente contemplada la derrota socialista del pasado domingo, aunque no el gran hundimiento registrado por el PSOE en todas las instituciones municipales y autonómicas, con un desplome de más de siete puntos porcentuales con respecto a los resultados de hace cuatro años.
Y aunque un análisis más depurado de los datos indica que lo ocurrido tampoco debería satisfacer al PP, que no logra las adhesiones que parecerían lógicas en estas circunstancias, sería absurdo desconocer que la sociedad en general y el potencial electorado socialista en particular han castigado severamente unas políticas fiscales de gran dureza y mal explicadas que, en aras de evitar la intervención, han postrado a este país en la fosa de un desempleo insoportable.
No es, pues, extraño -dicho sea en abstracto y sin recovecos interpretativos- que un sector del PSOE haya propuesto un congreso para enderezar la figura, restañar heridas, evaluar daños y reconstruir el aparato ideológico, estratégico y táctico del PSOE para los años venideros. De momento, nadie ha propuesto formalmente la otra solución posible: la celebración de una Conferencia Política, que serviría para clarificar y establecer el ideario sin afectar a la estructura del aparato.
La inocencia en política
Pero, ya se sabe, nada es inocente en política, y la propuesta del Congreso lleva implícitos algunos elementos explosivos: aplazaría las primarias, lo que alejaría las expectativas de los candidatos in pectore, Rubalcaba y Chacón, y significaría que habría que elegir a una nueva cúpula dirigente en la que no tendría sentido que se mantuviera Zapatero en la secretaría general.
De inmediato se interpreta que el postulante de la solución, Patxi López, aspira a la secretaría general, aunque hay quien piensa que todo es una operación de Rubalcaba para cerrar el paso a Chacón? Acto seguido, las fuerzas se han dividido aparatosamente y cada taifa se alinea con su mentor. Madrid y Andalucía -Chaves, Griñán, Gómez- se oponen frontalmente a la idea del Congreso, que sin embargo apoyan Fernández Vara y la vieja guardia del partidp, poco amiga de primarias (Alfonso Guerra y, probablemente Felipe Gonzáles, todavía en silencio).
Zapatero, Blanco e Iglesias, conscientes de que el comité federal del sábado puede dar lugar a una batalla campal, tratan de contener la disputa y convocan a los barones para la víspera para intentar afianzar la idea de reducir el proceso a unas primarias inminentes? conforme a un plan que beneficiaría evidentemente a Rubalcaba, hoy por hoy el aspirante mejor colocado, y frustraría las aspiraciones de Chacón, quien preferiría unas primarias más tardías, con el fin de buscar y conseguir apoyos en los próximos meses.
Por una vez, y sin que sirva de precedente, quien acierta es Bono al señalar que este espectáculo, que en modo alguno interesa a la ciudadanía, contribuye a laminar la imagen socialista, ya muy tocada después del gran descalabro.
El reto es simple: el PSOE, abrasado, debe construir antes o después un proyecto de futuro para ofrecérselo a la ciudadanía y que elegir democráticamente un líder que lo exhiba ante la sociedad civil. El mérito estará en conseguir ambas cosas sin destruirse previamente en una inflamada confrontación interior que dejaría víctimas en la cuneta y dañaría incluso al propio sistema de partidos del régimen que nos hemos dado.