
En el colmo de la sinrazón, Cándido Méndez, el burócrata que dirige con tanta parsimonia UGT cuidando de que no se desvíe de ninguno de sus lugares comunes, ha llegado a reconocer en las horas previas de las manifestaciones de hoy contra la reforma del sistema de pensiones que ya era patente que el Gobierno estaba dispuesto a negociar el retraso en la edad de jubilación de los trabajadores. En otras palabras, las manifestaciones preventivas dejaban también de serlo y se convertían en algo así como simples algaradas para aviso de navegantes: si alguien osa contradecir a las organizaciones obreras, ya sabe lo que le espera.
Es obvio de pura obviedad que los sindicatos, apaciblemente complacidos con la actuación de un gobierno que por no molestar no toca el anacrónico sistema de contratación laboral y que, por lo que pueda pasar, redobla las subvenciones a los sindicatos a pesar de la crisis, han querido aliviar hoy, con este amago de movilización, su mala conciencia de holgazanes frente a la recesión.
La bonanza que destila de los rostros bien alimentados de Méndez y Fernández-Toxo contrasta hasta el chirrido con la imagen famélica de la desesperación que empieza a invadir a buena parte de nuestros cuatro millones de desempleados, condenados a su sino infausto por la recesión? y porque los sindicatos defienden con mucha mayor energía los derechos laborales de quienes tienen trabajo que el pan de quienes no tienen derecho laboral alguno por la sencilla razón de que no encuentran trabajo alguno.
Así las cosas, con cuatro millones de parados en el pozo y las organizaciones obreras sesteando en las mesas del diálogo social, nuestros sindicalistas tenían que hacer acto de presencia de algún modo. Y pasaba por ahí el incauto Corbacho, dispuesto a ser cabeza de turco. El argumento, vistoso, de la edad de jubilación podía dar juego, y, en efecto, los sindicatos han organizado una suavísima protesta que, por añadidura, ha quedado prácticamente inutilizada por la meteorología.
Conciencias tranquilas
Nadie en su sano juicio puede creer que las manifestaciones servirán para algo -el retraso de la jubilación está en la naturaleza de la propia demografía- pero a buen seguro Fernández-Toxo y Méndez dormirán hoy con la conciencia tranquila, seguros de haberse ganado su sueldo de activista sindical.
Si la crisis no fuera tan cruel y no helase la sonrisa en el rostro de la clase trabajadora, la pirueta de los sindicalistas se prestaría hoy a un colosal sarcasmo.