
Cada segundo se envían cerca de 30 millones de whatsapp en todo el mundo. A grandes rasgos, el viaje consiste en salir de un móvil y llegar a otro en apenas unos segundos, pero entre medias se transita por un pequeño pueblo de Irlanda.
Todo empieza cuando se pulsa el botón de enviar desde el smartphone. Da lo mismo si se trata de un chiste malo, el emoticono de la bailarina, un "jajajajaja" o incluso una propuesta de divorcio. Sea lo que sea, todo se procesa como paquetes de información digital, siempre convertidos en ceros y unos, llamados a desplazarse por espacios remotos.
La primera ruta será por aire. A través del espectro radioeléctrico que habita en la atmósfera. El referido bloque de datos buscará la antena de telefonía más cercana y hacia allí encaminará sus pasos. En milésimas de segundo, el mismo mensaje tomará tierra a través de un cable de fibra óptica de alta capacidad que conecta a cada estación base con el resto mundo. Con indiferencia de la ubicación del destinatario -incluso si se trata del compañero de la mesa de la oficina-, el mensaje fluirá por la maraña de super cables hasta desembocar en alguna de las grandes líneas troncales que operan enterradas bajo las autopistas, líneas ferroviarias o principales arterias de comunicación.
No hay problemas ni obstáculos si al whatsapp protagonista de esta historia le toca cruzar océanos. Para eso existen más de 1.000 millones de metros de cables submarinos repartidos por todo el planeta. Algunos de ellos se encuentran a más de 8.000 metros de profundidad, siempre debidamente protegidos y replicados.
En el caso del whatsapp del primer párrafo, este cruzará el Canal de La Mancha (precisamente el primer cable submarino de la historia se estrenó bajo aquellas aguas). A través de un hilo de los cientos de miles de conductos de fibra óptica de aquel super cable se desplazará el paquete de datos ahora convertido en impulsos de luz gracias al fenómeno físico de la reflexión interna. El problema de la pérdida de la intensidad del haz luminoso que se produce en grandes distancias se subsanará con la ayuda de repetidores situados a lo largo de la infraestructura.
Como si fuera un viaje en Metro, el mensaje hará los transbordos que considere conveniente a través de la combinación más barata y eficaz diseñada por cada operador de telecomunicaciones. De esa forma, el mensaje llegará directamente hasta un nodo subterráneo en tierra firme, ya en suelo Irlandés, y desde allí se desplazará raudo hasta un pueblecito situado a 45 minutos en coche al norte de Dublín.
Se trata del centro de datos de Facebook de Clonee, en el condado de Meath (Irlanda). Allí se procesan, almacenan todos los whatsapp del mundo y se envían a otros cincos grandes centros de datos repartidos en otros continentes. Acto seguido, se reenviará el mensaje en sentido inverso hasta el destinatario final. Otra vez volverán a utilizarse cables de fibra óptica, redes troncales y otros conductos secundarios hasta allá donde no sea posible continuar por tierra. A partir de entonces, volverá a entrar en juego la estación base más próxima al receptor. De esa forma, el paquete volverá a volar por el aire hasta que la antena del móvil la recibe, la desencriptará y convertirá los ceros y unos en el mensaje tal y como lo escribió el emisor. En total, el tiempo empleado se reducirá a pocos segundos y el coste para el usuario con tarifa de datos será gratuito.
Dicho lo anterior, merece detenerse en el punto más lejano y crítico del viaje, situado en Clonee, a 40 minutos en coche al norte de Dublín. A simple vista, estas instalaciones (250 acres de superficie, unos cien campos de fútbol) son parecidas a las de cualquier otro gigante tecnológico.
El visitante que llega al cuartel general de Facebook parece contagiado por el frescor de Irlanda. Graznidos de cuervos y esa lluvia insistente que tiñe de verde el paisaje aderezan el entorno. Las tripas del gigante tienen un aspecto de lo más saludable. Todo escrupulosamente limpio y despejado, con tanto acero como para levantar dos torres Eiffel.
El parking que rodea el edificio está misteriosamente desierto, aunque en allí trabajan 300 almas en tareas de soporte, ingenieros en su práctica totalidad. Los visitantes elegidos deben entregar sus credenciales y atender un vídeo de dos minutos para saber que no hay que tomar un ascensor en caso de incendio, que están prohibidas las fotos y que siempre hay que obedecer al guía asignado.
Los guardias de seguridad deben ser legión, pero no están a la vista. Cientos de cámaras escrutan cualquier movimiento y las luces que parpadean en los servidores permiten adivinar que alguno de esos destellos corresponderá al whatsapp de este relato.
Junto con los mensajes de whatsapp, en Clunee también confluyen cada segundo 243.000 fotos de Facebook y otros 65.000 de Instagram de media humanidad. En ningún otro sitio coinciden tantos datos personales. Si toda es información fuera poder, aquel sería el espacio más poderoso del mundo.