Empresas y finanzas

La revolución de las cheerleaders: así ha irrumpido el MeToo en el deporte de EEUU

  • Las animadoras de la NFL empiezan a rebelarse ante sus condiciones
  • Salarios mínimos, prohibiciones anacrónicas, abusos...algunas de ellas
  • Solo seis de los 32 equipos de la liga no cuentan con animadoras en sus filas
Las cheerleaders de los Washington Redskins, durante un partido de la NFL. Foto: Getty.

En octubre de 2017, varias artistas de Hollywood denunciaban públicamente el acoso sexual al que habían sido sometidas durante años por el productor Harvey Weinstein. El caso encontró un eco inmenso en Internet, dando lugar a un movimiento, MeToo, que ha hermanado a todas las mujeres del mundo, animándolas a confesar sus experiencias y a encontrar un espacio común de defensa de sus derechos y de avance real en las políticas de igualdad de género y contra el machismo de la sociedad. Una ola imparable que ha llegado también al deporte de EEUU, en concreto a las cheerleaders de la NFL, la liga de fútbol americano, la más popular en el país estadounidense.

Dos trabajadoras, Bailey Davis y Kristan Ware, han sido las primeras en romper la barrera y pasar del anonimato a alzar la voz para protestar por las condiciones en las que trabaja su sector, que van desde el acoso sexual y el control de su peso a salarios, en ocasiones, inferiores al mínimo legal. Sus casos son paradigmáticos: mientras que a Davis la echaron de los New Orleans Saints por publicar una foto en lencería en su perfil privado de Instagram, Ware declinó seguir con los Miami Dolphins después de tres años de acoso por su religiosidad y sus ideas acerca de la virginidad hasta el matrimonio. Ambas han denunciado a la NFL y a sus antiguos clubes y ahora encabezan lo que es ya el inicio de una rebelión. Un intento de revolución que lucha contra los miedos, las presiones...para que se destapen las miserias de un sistema machista que pone en peligro la integridad de las mujeres.

En paralelo a esta lucha judicial que acaba de empezar, las porristas han recibido una ayuda extra: la filtración de diversas informaciones sobre el sistema de trabajo de las cheerleaders que han puesto de relieve sus condiciones laborales, las vejaciones y agravios que han de sufrir en su día a día, así como el control absoluto que los clubes ejercen sobre ellas en un régimen que roza, en algunos casos, el secuestro de ciertos aspectos de su vida personal.

The New York Times ha llevado la delantera, primero con un esbozo general de la situación y después con un caso particular que ejemplifica lo que sucede en las 26 escuadras con cheerleaders (solo seis no cuentan con ellas: Buffalo Bills, Chicago Bears, Cleveland Browns, Green Bay Packers, New York Giants y Pittsburgh Steelers). En un artículo a primeros de abril, desvelaba el férreo control de los equipos a sus porristas a través de un amplio abanico de prohibiciones.

Mantener el peso en un rango concreto, no publicar fotos en lencería o sin ropa (tampoco con el uniforme oficial) en redes sociales, evitar cualquier tipo de contacto con los jugadores (no existe en el sentido contrario), ocultar piercings y tatuajes, prestar servicios que nada tienen que ver con su actividad sin cobrar...una variada gama de vetos a la que se unen consejos tan intervencionistas como los que aconsejan un uso determinado de los tampones, así como de los modales a seguir en eventos o de la manera de portar joyas y pintarse las uñas.

Todas estas condiciones vienen dadas de la mano con unos salarios inferiores a los de las mascotas u otros empleados de nivel de exposición similar, además de un peligro latente: el que sufren cuando, con muy poca ropa, son obligadas a vender merchandising (también sin remuneración) de los equipos ante un público generalmente masculino y con tendencia a consumir alcohol. Un cóctel en el que predominan los toqueteos y los exabruptos que genera innumerables escenas de acoso que ponen en riesgo a las trabajadoras.

De cheerleaders a escorts

Del panorama general, a la anécdota concreta. La cuenta también The New York Times, haciendo referencia a una sesión fotográfica de las porristas de los Washington Redskins en Costa Rica. Este viaje, en el que las profesionales (a las que les requisó el pasaporte nada más llegar) no vieron más retribución que el pago de alojamiento, vuelo y alimentación durante la estancia, constituye un ejemplo perfecto de las situaciones de vulnerabilidad que denuncia el gremio.

En esta sesión, en la que no estaba previsto ningún desnudo, las cheerleaders tuvieron que hacer topless...ante la mirada de varios directivos de empresas patrocinadoras de los Redskins, todos ellos hombres. Tras 14 horas de trabajo, algo más esperaba a las porristas: acompañar a varios de estos empresarios a pasar la madrugada en un club nocturno, ejerciendo en la práctica (y, en gran medida, presionadas ante la posibilidad de quedarse sin trabajo) como acompañantes, como escorts.

Los Redskins (que hace unos años llegaron a ofrecer que varias de sus animadoras limpiasen los coche de algunos de sus aficionados) negaron la mayor, redujeron el número de supuestos patrocinadores implicados y aportaron los testimonios de otras cheerleaders que también prefirieron mantener el anonimato.

Dentro del gran grupo de animadoras, hay mujeres que defienden su paso por los clubes y asumen las consecuencias de los contratos firmados con las franquicias (que, además de las condiciones anteriormente enunciadas, incluyen también cláusulas de confidencialidad) y consideran sus trayectorias poco más que un privilegio ante la ingente oferta, muy superior a la demanda de trabajo en este campo.

Este desfase entre oferta y demanda es lo que, según algunos expertos, fomenta que no sea aún más difícil eliminar esta mala praxis y las paupérrimas condiciones laborales. Con castings en los que participan cientos de bailarinas, las que resultan ganadoras se sienten lo más parecido a unas 'elegidas'. Una concepción del trabajo que beneficia a los equipos que las pagan por debajo de lo exigido y las someten a todo tipo de situaciones comprometidas.

La batalla contra el sistema

Esta radiografía del sistema es lo que exempleadas como Davis o Ware pretenden tumbar. Sus denuncias a la NFL y a sus clubes se entienden como la denuncia de una importante parte de un sector que reclama dignidad, mejores salarios y el fin de los tratos discriminatorios en un mundo que se resiste a abrir las ventanas.

El hecho de que sean, por el momento, solo dos las profesionales que se hayan lanzado de manera frontal a reclamar sus derechos las han convertido en figuras mediáticas. Tanto Davis como Ware han pasado por buena parte de los medios de comunicación denunciando sus circunstancias y reclamando mejores condiciones para ellas y sus compañeras.

Hay precedentes de mejoras: las trabajadoras de los Oakland Raiders, los New York Jets y los Tamba Bay Buccaneers fueron indemnizadas por sus clubes mediante el pago de un millón, 270.000 y 690.000 euros, respectivamente, a manera de compensación por los salarios por debajo de lo exigible de los años anteriores. La columnista Petula Dvorak cifraba hace unas semanas en The Washington Post el salario anual del grueso de las cheerleaders de la NFL en menos de 900 euros.

En la actualidad, y con la ayuda de la abogada Sara Blackwell, Bailey Davis y Kristan Ware están batallando por la creación de un comité compuesto por la NFL y cheerleaders para mejorar el mundo laboral de las segundas. El organismo ha abierto la puerta a trabajar en ese sentido. Se trata de un primer paso de los muchos que se necesitan para regularizar con todas las de la ley a un colectivo apartado, mantenido en el anonimato y regido por unas leyes anacrónicas que no tienen cabida.

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