
El Premio Nobel de Economía de 2014 da su interpretación de la Cumbre de París. Para combatir el calentamiento climático, hace falta un precio mundial del carbono, un tratado internacional, un sistema de medición de la contaminación y transferencias norte-sur.
¿Para usted, el calentamiento climático y su relación con la actividad humana son certezas o meras probabilidades?
No tengo experiencia en ese campo pero observo que el consenso científico es muy amplio en ambos puntos y debemos respetar ese consenso. La alta probabilidad nos obliga a todos a actuar. En el fondo, lo único realmente incierto parece ser la velocidad a la que avanza el calentamiento.
¿Por qué se implica como Nobel en esta lucha?
Nuestra generación es muy egoísta respecto a las venideras y ese egoísmo es tanto más grande cuanto mayor es la dificultad de actuar. El precio de la lucha contra el calentamiento es inmediato pero los beneficios vienen después. Y esos costes los soportan los países, mientras que las ventajas serán generalizadas. Es el clásico problema, bien conocido por los economistas, del pasajero clandestino. De repente, la inclinación natural es la inacción. Los economistas también deben decir que hay que moverse.
¿Nota un cambio de mentalidad en los actores económicos?
No hay duda de que existe un efecto previo a la COP21, como lo hubo antes de Copenhague, pero la ciencia se ha vuelto más segura de sí misma y las opiniones empiezan a verse dañadas. Los empresarios también evolucionan. Hay, desde luego, intereses comerciales para algunas energéticas pero renunciar el carbón para impulsar el gas, que emite menos CO2, parece lógico. También adquiere importancia la voluntad de cubrir los riesgos. Los fondos de inversiones y las empresas saben que la tarificación del carbono tiene que llegar y no pueden dejar de tenerla en cuenta en sus estrategias de inversión. Lo mismo podría hacerse, creo yo, con el amianto.
¿Hasta ese punto?
Sí. No pueden excluirse las diligencias judiciales en un futuro porque nadie podrá decir que no sabía nada. El día que nos despertemos podría ser catastrófico pero la toma de conciencia tiene sus límites. Los estados prometen y nosotros queremos ver hechos, no solo la supresión de numerosos nichos de fiscalización de productos petroleros; hace falta una estrategia global.
¿Qué legitimidad tienen los economistas para entrar en el debate sobre el calentamiento?
No somos competentes para decir si el calentamiento deber limitarse a dos o a tres grados, pero la desecación de África y las inundaciones nos afectan y tenemos propuestas que hacer. Concretamente, tenemos experiencia adquirida sobre la eficacia de la gestión de los contaminantes, por ejemplo el mercado de dióxido de azufre implantado en EEUU o el Protocolo de Montreal para la protección de la capa de ozono. En otro sector, los economistas también han extraído lecciones de las cuotas de pesca.
¿Qué espera de la Cumbre?
Seamos realistas: el acuerdo de París ya está firmado en sus grandes líneas. No incluirá lo que desde mi punto de vista es fundamental: implantar un precio mundial del carbono. Los economistas saben que un sistema de precios es el mejor instrumento económico para reducir las emisiones de gas de efecto invernadero, mediante un impuesto al carbono o un sistema de derechos de emisiones negociables en el mercado. Suele ser más eficaz actuar sobre los precios que con prohibiciones o normativas.
¿Es su prioridad?
Por supuesto, aunque no es la única. ¿Podrá el acuerdo de París instaurar una gobernanza eficaz para verificar la realidad de los esfuerzos alcanzados por cada país? Los países prometen mucho, cada uno a su manera. ¿Las emisiones de CO2 se consideran respecto al nivel alcanzado en 1990 o en 2005? ¿Después se organizará un sistema independiente de medición de contaminación? Habrá que poner en marcha un sistema internacional, por ejemplo con satélites con un dispositivo en tierra. Un elemento clave será, naturalmente, lo que se decida de las transferencias entre países, de norte a sur. Es el asunto político más difícil. El calentamiento climático es un problema geopolítico, no económico.
Dice que la fijación de precios del carbono es prioritaria, pero el ejemplo europeo de "derechos para contaminar" no es muy convincente.
No estoy de acuerdo. El mercado de derechos negociables, creado después de Kioto, al contrario de lo que se dice, funciona con normalidad en Europa, incluso si no incluye a todos los emisores de carbono, ni mucho menos. Los precios son bajos porque Europa se siente muy sola en la lucha contra el calentamiento y ha decidido dejar que se hundan los precios del carbono durante la crisis económica y adoptar, como los demás, un comportamiento de pasajero clandestino.
Concretamente, ¿a qué se asemejaría el precio del carbono?
Existen dos métodos. El primer método consiste en evaluar la cantidad máxima de carbono que puede emitirse sin superar los dos grados de calentamiento. Esa cantidad se repartiría entre los diferentes países, con un mercado internacional de derechos de emisión. El segundo método se basa en crear un precio del carbono que suba paulatinamente. Sea cual sea la solución, está claro que nos equivocaremos porque las tecnologías a veces avanzan más deprisa de lo previsto (como la energía solar) y otras van más despacio. Aun así, el precio del carbono es una herramienta eficaz y flexible.
Seamos precisos. ¿Cómo afectará el precio del carbono al de los carburantes? ¿Es solamente un impuesto más?
No hace falta justificarlo diciendo que se va a imponer un impuesto más. Si lo que preocupa es eso, la recaudación del impuesto puede destinarse a reducir otros. Lo importante es que los actores tomen decisiones correctas para las opciones energéticas y se fomente la innovación verde. La señal pertinente para su opción es el precio del carbono.
¿Cuál es la herramienta más eficaz, el impuesto o el mercado?
La elección del instrumento económico es por ahora un debate un tanto secundario frente a la inactividad global. Dicho eso, los economistas no están de acuerdo en ese aspecto. Joseph Stiglitz o William Nordhaus son más favorables a un impuesto, aunque ese impuesto plantea problemas. Primero hay que verificar que cada estado la aplique realmente. A menudo, los impuestos son un gruyere agujereado con exenciones y además hay que tener la voluntad de recaudar. Grecia nos recuerda que no es siempre el caso. Después, hay que verificar que el impuesto no se compense con la bajada de otros tributos (por ejemplo de los productos petroleros). Por último, plantea problemas de medición. ¿Cómo tener en cuenta la decisión de un país de conservar un bosque, una medida favorable a la limitación de emisiones de CO2? Por todas esas razones, soy partidario de que cada país sea responsable de sus emisiones de CO2 y de disponer de unos derechos de emisión negociables.
¿Cómo funcionaría el mercado de derechos de emisión?
Sería mundial. A finales de año, el país que haya emitido más de lo permitido deberá comprar permisos a otros países. Los permisos que no utilice un país un año concreto podrán trasladarse al año siguiente. Los grandes emisores, como Estados Unidos o China contarán, sin duda, con cierto "poder de mercado" de derechos negociables pero también existirán métodos para atenuar ese poder.
Un mercado mundial implica un sistema también internacional y una autoridad supranacional.
En primer lugar, es necesario un tratado internacional. Los países respetan mucho más los tratados que las promesas. Después, hace falta un dispositivo de sanciones que se aplique a los signatarios del tratado pero también a los que no lo hayan querido firmar. La OMC podría ser una palanca útil porque a los estados les interesa formar parte. El FMI también podría tener un papel. Para el país que contamine más de los permisos que posee, los expertos del FMI podrían calcular su "deuda climática" a partir del precio de la tonelada de CO2 y aplicarla en su deuda soberana.
Otro dilema de la conferencia de París es la compensación. En Copenhague, los países desarrollados prometieron a los países en desarrollo un "fondo verde" de 100.000 millones de dólares anuales a partir de 2020 para compensar los esfuerzos que se exigen a los países en desarrollo, mientras que los países que se han industrializado en el siglo XIX no han hecho ese esfuerzo. Es una cuestión ética, no económica.
Al final, los 100.000 millones de dólares parecen una suma pequeña junto a un PIB mundial de casi 75 billones.
De nuevo, es una cuestión más política que económica. El importe de 100.000 millones puede parecer limitado. El problema es que nadie quiere donar (por esa razón la ayuda al desarrollo es mucho menor de lo prometido) y entre los que deben recibir, cada cual quiere más que su vecino. Habrá que encontrar fórmulas de distribución automática, porque es imposible negociar con 193 estados la creación de transferencias positivas y negativas.
¿Cuáles serán las consecuencias económicas de la lucha contra el calentamiento climático para el nivel de vida?
Seríamos idiotas si aceptásemos destruir el planeta para mantener el 2% del poder de compra al año (aunque, desde luego, hay dudas sobre esta cifra, como lo indica el informe Stern). Salvar el planeta bien vale un 2% del poder de compra o incluso más. Lógicamente, hay un coste económico, sobre todo a corto plazo, y no es insignificante. Si no, ya habríamos actuado. Por ese motivo tengo serias dudas sobre el concepto de "crecimiento verde", que es una especie de voto piadoso. Los sectores que innovan pueden, claro está, beneficiarse de los gastos incrementados en los dispositivos de la lucha contra el calentamiento, pero globalmente habrá que hacer esfuerzos: aislar las viviendas, circular menos, pagar más cara la electricidad, financiar el I+D verde, etc. A largo plazo, eso sí, el crecimiento no se verá perjudicado si logramos contener el calentamiento climático.
¿Cuál es su opinión de economista sobre la evolución deseable de nuestras fuentes de energía?
El deber de todos es no ejercer influencia ni elegir a los ganadores sin saberlo. Soy incapaz de predecir qué tecnología funcionará mañana, como los políticos. ¿La fotovoltaica, la eólica, el hidrógeno, la retención del carbono? No lo sé. ¿Las baterías se volverán de repente más eficaces? Tampoco lo sé. Esa es la belleza de los precios del carbono: se dejan solos y las tecnologías más eficaces surgen. Evidentemente, habrá que aumentar la parte de las energías renovables, pero ¿hay que hacerlo enseguida o impulsar primero la investigación?
Antiguamente iba a parar mucho dinero hacia el sostenimiento de las energías renovables poco eficaces. Hoy, los paneles solares están instalados en Alemania y en Estados Unidos, en lugar de en España, Marruecos o los estados del sur como Arizona. Eso no tiene sentido. El enfoque intervencionista aumenta los precios. En el futuro, las energías renovables tendrán que ser rentables y la tarifación del carbono contribuirá mucho. La exigencia de rentabilidad también permitirá imponer los arbitrajes necesarios entre las distintas energías renovables, ya que algunas serán mucho más eficaces que otras.