
El Pentágono ya tiene claro quién construirá el bombardero nuclear del futuro. Acaba de adjudicar a Northrop Grumman el suministro de cerca de 100 aviones de muy largo alcance capaces de lanzar bombas nucleares sobre territorio enemigo (en Washington D.C. suenan constantemente China y Rusia) y volver a su base sin ser descubiertos.
Estados Unidos quiere jubilar con esta nueva generación de bombarderos invisibles al radar a los vetustos B-52 (que entraron en servicio hace 60 años y que, pese a tener gran capacidad de carga, son lentos y vulnerables) y a los B-1 Lancer (en vuelo desde 1974, caracterizados por su ala móvil pero inútiles frente a la detección por radio enemiga).
Queda por confirmar además si, como se venía especulando, este bombardero podrá ser pilotado de forma remota. Eso lo asemejaría a un dron y lo convertiría, de hecho, en el primer avión de su tipo en el que se puede elegir entre montar a bordo al piloto, o dejarlo sentado a miles de kilómetros de distancia del teatro de operaciones.
Invisible y muy, muy caro
Y poco más se sabe del LRS-B, que son las siglas con las que Estados Unidos ha venido denominado el programa de investigación que llevará a su desarrollo, y en el que se esperan 'invertir' 21.700 millones de euros.
Si esta cifra le asusta (o indigna) recompóngase rápido, que estamos sólo empezando. Porque el coste de cada bombardero va aparte: 510 millones de euros al cambio actual, y eso sólo si se cumplen las previsiones para fabricar al menos 100 unidades del nuevo bombardero (que, sin arriesgar mucho, podríamos aventurar que acabe siendo bautizado como B-3).
Los antecedentes demuestran, sin embargo, que durante el larguísimo periodo de desarrollo de estos aparatos ("sistemas" en el argot belicista) los vaivenes políticos pueden terminar con un proyecto de forma prematura.
Si eso ocurre, el reducido tamaño de la serie impide beneficiarse de economías de escala, y el precio por avión se dispara. Eso es precisamente lo que le ocurrió al B-1 (411 millones por unidad), y nuevamente al B-2 Spirit (fabricado también por Northrop Grumman): 1.400 millones por pájaro.
"America wins"
La fabricante estadounidense se ha felicitado de la obtención del contrato frente al consorcio con el que competía (formado por Boeing y Lockheed Martin), y recuerda que la primera línea ofensiva de las fuerzas aéreas se reduce ahora mismo a apenas 20 de sus B-2.
Asegurando que "America wins" (gana), Northrop Grumman intentaba desde hace meses convencer a la ciudadanía de que el alto coste del proyecto merecerá la pena. Con mucha mayor propensión a gastar en armas que en autopistas o sistemas públicos de sanidad, los contribuyentes americanos reciben un mensaje claro a través de varios datos clave.
La fabricante afirma así que "cuando EEUU va a la guerra, los B-2 van primero", recuerda que en 1999 destruyeron uno de cada tres objetivos en Serbia pese a volar sólo el 3% de todas las misiones, y resalta características como su gran capacidad para acarrear bombas y su gran autonomía de vuelo, que en una ocasión permitieron volar -es de suponer que con repostaje mediante- durante 44 horas ininterrumpidas sobre las montañas de Afganistán.
Y todo ello para que los americanos escribiesen a los representantes en el Legislativo y les pidiesen encarecidamente que votasen a favor de un nuevo bombardero para Estados Unidos. A juzgar por la adjudicación del martes, el esfuerzo en comunicación de Northrop Grumann ha resultado.