El sistema está desquiciado. Me asusta. Nos movemos en un mercado que aplaude la ambición, incluso cuando se muestra insaciable. El nivel de exigencia que someten los analistas bursátiles a ciertas empresas roza la perversidad. Lo que parecen sonrisas en realidad son muecas. Todo lo anterior tiene mucho que ver con lo que sucedió con Apple el pasado martes. En pocas palabras, la compañía batió todos sus récords comerciales, vendió un tercio más que el exitoso año anterior y duplicó su negocio en China. Disparó su beneficio el 38 por ciento y distribuyó durante el trimestre más de media docena de iPhones en todo el mundo cada segundo. Las ventas de servicios tocaron techo y se alumbró el Apple Watch, llamado a revolucionar el tinglado. También ofreció un dividendo de 0,52 dólares por acción para cobrar a mediados de agosto y anticipó márgenes de entre el 38,5 y el 39,5 por ciento. Mejor panorama resulta difícil de imaginar. Pero nada de lo anterior sofoca la voracidad de una maquinaria bursátil que se siente decepcionada. Los títulos perdieron el martes el 8 por ciento de su valor porque los analistas tiraron al aire una previsión de ingresos para el próximo trimestre (51.130 millones de dólares) que resultó levemente superior a la presentada por la compañía (hasta 51.000 millones de dólares). Alguien debería imponer cordura a la tiranía del llamado consenso de los analistas. En sus hojas de cálculos debería existir una variable que midiera el sentido común. Mientras que eso no suceda, me resisto a justificar el caprichoso devenir de los mercados. Salvando las distancias, lo sufrido por Apple guarda íntima relación con el estudiante aplicado que termina el trimestre con un expediente cargado de matrículas de honor, pero a quien sus padres castigan por la presunción de que su potencial de mejora no es tan elevado como se sueña. Permítanme que abandone el discurso imperante y felicite a una compañía cuyos resultados, crecimientos y expectativas para sí quisieran aquellos que estos días se lo afean. El mundo está desquiciado y que cada cual juzgue su aportación.