
"Es un resultado histórico". Así definió José Luis Rodríguez Zapatero, en un encuentro con periodistas en el Palacio de La Moncloa, el hecho de que España haya superado a Italia en PIB por cápita. Sonriente y en plena forma, Zapatero dijo que "el problema de Italia es su gran deuda pública", subrayando con un amplio gesto de su mano que, desde comienzos de los años 80, mientras la economía italiana está sustancialmente parada, la española ha crecido rápidamente. España toma el relevo italiano en crecimiento dentro de la Unión Europea.
Una remontada espectacular, comenzada en 1979, que se transformó, a partir de los años 90, en un despegue gracias al cual Madrid mira ya a Roma por el espejo retrovisor.
Por lo demás, mientras en Italia se discute sobre la alta velocidad ferroviaria y sobre la conexión Lyon-Turín, en España el AVE está a punto de llegar a Barcelona y a Francia, con una red que, en unos cuantos años, superará incluso a la francesa.
Mientras en Italia se polemiza sobre el salvamento de Alitalia y sobre el aeropuerto de Malpensa, en España Iberia va viento en popa y, dentro de poco tiempo, se inaugurará el aeropuerto internacional de Ciudad Real, que se va a añadir a los colosos de Madrid y Barcelona.
Se podrían poner muchos más ejemplos que demuestran cómo desde hace una década España crece a un ritmo superior al 3,5 por ciento; que en 2007 se crearon más de 600.000 puestos de trabajo; que el sistema de la Seguridad Social funciona, y que las cuentas públicas presentan superávit.
¿A qué se debe una diferencia tan estridente?
Primero, a que en el ámbito político -tanto en el seno del Gobierno central como en el de las Autonomías-, la mayoría dirige y decide. La segunda es que las relaciones industriales no sufren los frecuentes sobresaltos que sacuden a la industria, a los sindicatos y al Gobierno de Italia. Las huelgas y los conflictos sociales son raros, mientras que los aparatos públicos generalmente funcionan.
A todo esto hay que añadir que en España todavía existe lo que Zapatero ha definido como "talante", es decir buena disposición, además de una buena dosis de entusiasmo. Ésta es una base de partida sólida que justifica el milagro español de los últimos 10 años.
Basta pensar que en 1995 el PIB español era la mitad del italiano -450.000 millones de euros por año, frente a los 860.000 de Italia-, mientras que hoy es superior al billón de euros, frente a los 1,8 billones de Italia. De hecho, España es un país organizado que une el rigor germánico a la fantasía latina.
Quizás por eso, Madrid supo aprovechar a fondo las oportunidades que se le presentaban. Por ejemplo, la inyección financiera procedente de la UE por valor de 100.000 millones de euros recibidos entre 1986 y 2006.
Por otra parte y gracias a las privatizaciones, España consiguió poner en pie en los últimos años una veintena de grupos (industriales, financieros y bancarios) de grandes dimensiones, capaces de competir con garantías también en el ámbito internacional. Empresas en las que el poder está concentrado en manos de unos pocos, de manera que -a menudo con la ayuda del Gobierno central- las decisiones se tomen rápidamente y se pueda ganar a la competencia.
Otro factor que ha funcionado como aliciente del robusto crecimiento registrado en el país ibérico es la lengua. Más de 350 millones de personas de 21 países del mundo hablan el castellano como primer idioma. Evidentemente, la ausencia de barreras lingüísticas ha sido determinante para el éxito de la expansión internacional de las compañías españolas.
Nubes en el futuro
Pero, ¿cómo se presenta, pues, el futuro de España? En el horizonte español se perfilan algunos nubarrones. El llamado milagro español se fraguó sobre todo en aras de dos únicos sectores: la construcción (incluida la inmobiliaria), que aporta el 15 por ciento del PIB, y el turismo, con el 7 por ciento.
Actividades con fuerte utilización de mano de obra que, con la llegada de la crisis internacional, comienzan a sufrir de manera visible. El problema es, pues, que el milagro español se basó sustancialmente en sectores de la vieja economía y todavía se ha invertido poco en las llamadas nuevas tecnologías: la inversión en I+D se queda en el 1,1 por ciento del PIB y el gasto en educación no supera el 4,5 por ciento.
No es casualidad que los productos españoles sean escasamente competitivos y que el déficit comercial del país supere los 100.000 millones de euros. Modernizar significa también prepararse (hoy que el país dispone de medios suficientes) para el natural envejecimiento de la sociedad, con intervenciones inteligentes para apoyar el sistema de la Seguridad Social y el sistema sanitario, pero también para reformar y flexibilizar todavía más el mercado laboral y progresar en el ámbito de la sociedad del conocimiento.
Unos retos ciertamente nada fáciles, a los que se añaden los de acabar con el cáncer del terrorismo de ETA o el de mantener unido el país, dado que los empujes nacionalistas de las autonomías presionan cada vez más. El riesgo reside pues en que las regiones ganen el partido y el Gobierno central no consiga imponer una política nacional a las comunidades.