Ya hay veredicto del jurado. Los responsables del mayor escándalo empresarial de la historia de Estados Unidos se podrían enfrentar a la cárcel de por vida.
"Mi futuro está en sus manos". Con estas declaraciones de Kenneth Lay, fundador y ex presidente de Enron, se daba el pistoletazo de salida el pasado 30 de enero al juicio de uno de los casos criminales corporativos más complejos de la historia de Estados Unidos.
El castillo de naipes del gigante energético se esfumaba a finales de 2001 y daba paso al mayor escándalo financiero que se recuerda.
Los artífices de esta ilusión empresarial vieron cómo su ingeniosa compañía energética, creada tras la desregularización de la industria, saltaba por los aires: 6.500 empleados se quedaban en la calle, la compañía perdía en bolsa 60.000 millones de dólares y los planes de pensiones, valorados en 2.100 millones de dólares, se esfumaban.
"Jeffrey Skilling -ex consejero delegado- y Lay no saben lo que es tener que pedir dinero para comer y poder vivir mientras buscan un nuevo trabajo", declaraba Debra Johnson, que trabajó como coordinadora en Enron hasta la desaparición de la compañía. "Yo he sido una de las personas que se quedaron sin seguro; no tengo nada". Muchos de los afectados por el escándalo piden al jurado la cabeza de ambos responsables.
Lay y Skilling son los principales eslabones de esta maraña de fraudes y mentiras. "Ambos acusados han dicho que esto ha sido ficción, pero nosotros no nos hemos inventado el caso", enfatizaba Sean Berkowitz, el fiscal, en sus conclusiones finales.
Escarmiento
El Gobierno estadounidense se ha tomado el proceso como una causa personal y, por ello, busca un escarmiento que sirva de ejemplo y evite nuevos casos de corrupción. Para la América corporativa también es importante: necesita que los inversores recuperen su fe en la información financiera.
Los alrededores del tribunal federal de Houston, ciudad donde se ha celebrado el juicio y que acogió en su día la base de operaciones de Enron, se han convertido durante los tres últimos meses en un verdadero campamento de guerra, con reporteros, unidades móviles, curiosos y afectados.
Un total de 54 testigos han declarado frente al jurado, formado por ocho mujeres y cuatro hombres. La defensa ha contado con 29, entre los que se incluyen los propios Lay y Skilling, mientras la acusación presentó 25.
En todo momento, tanto Lay como Skilling se han declarado inocentes y se han mostrado como las víctimas de las malas artes de otros ejecutivos, como Andrew Fastow, director financiero, condenado a 10 años de prisión por dos acusaciones de fraude. Su mujer, Lea Fastow, también fue condenada por fraude.
"Todo comenzó con el engaño de Fastow", sentenció Lay durante su testimonio.
Fastow dejó claro que Lay supo de antemano que el estado financiero de la compañía era lamentable en otoño de 2001 y que, a pesar de ello, el fundador optó por alentar a los inversores y empleados con informes positivos.
También insistió durante su comparecencia en que no tenía pruebas escritas que demostrasen que Lay y Skilling habían hablado sobre el uso de sociedades interpuestas para ayudar a Enron a manipular las cuentas, pero cometieron "los delitos juntos".
El proceso
Enron formó sociedades a través de Fastow que fueron empleadas para evadir impuestos y aumentar la rentabilidad de sus negocios, al tiempo que invertían en acciones de la compañía. Esto daba completa libertad a la junta directiva para el uso del dinero, además de anonimato, lo que le permitía ocultar las pérdidas que la compañía realmente registraba.
Las empresas satélite daban la sensación de que Enron era mucho más rentable de lo que sus números reales mostraban y fomentaron una espiral en la que cada trimestre los directivos debían hacer encaje de bolillos para presentar ingresos de miles de millones cuando la compañía se desangraba.
Estas tácticas dispararon el precio de las acciones de Enron, con lo que los ejecutivos comenzaron a manejar cifras millonarias. Muchos eran conscientes de la existencia de las controvertidas entidades que ocultaban pérdidas, pero los inversores externos no.
El abogado defensor de Lay, Bruce Collins, quiso dejar claro ante el jurado que "la compañía se vino abajo, pero no por un fraude. Les garantizo que existe multitud de decisiones empresariales dudosas, pero esas tácticas corporativas no son crímenes", añadió. Por el contrario, el fiscal Berkowitz aseguraba que "Lay ha utilizado una tragedia nacional para esconder sus crímenes y eso es una ofensa para todos los americanos".
Dentro de la tempestad que azotó a la compañía, existen historias de diversos calibres que implican sexo, chantajes y hasta un suicidio. Por poner un ejemplo, Lou Pai, ejecutivo de Enron que causó al grupo pérdidas cercanas a los mil millones de euros, sentía una atracción especial por las bailarinas de striptease, a las que no dudaba en invitar a cargo de Enron.
Pai, que está a la espera de ser juzgado, abandonó el grupo con cientos de millones de dólares en su cartera. El vicepresidente J. Clifford Baxter decidió acabar con su vida a finales de enero de 2002, cuando el escándalo de la compañía saltó a la luz pública y los investigadores mostraron su interés por entrevistarse con él.
La burbuja de Enron
A los analistas financieros, a los que no se les puede negar haber ayudado a inflar la burbuja de Enron en bolsa, se les sugirió en todo momento que se mantuvieran del lado de la empresa o se quedarían fuera del negocio de banca de inversión. Aquellos que cuestionaban las tácticas de Enron sólo tenían dos opciones: aceptar las reglas o mantenerse alejados de la empresa de moda.
Los grandes bancos de inversión, que deberían haber actuado con cautela, se subieron al carro y no dudaron en comprar acciones de la compañía.
Entre los negocios más controvertidos, destaca la supuesta venta de tres plantas energéticas flotantes en Nigeria a Merrill Lynch. Este intercambio fue más bien un supuesto préstamo por el que Enron volvería a adquirir dichas plataformas al cabo de seis meses.
Cuatro altos ejecutivos de Merrill Lynch y uno de Enron fueron culpados en un juzgado por cargos de conspiración y fraude. Arthur Andersen, auditor de la empresa, también tuvo que presentarse en los tribunales por un presunto delito de obstrucción a la justicia.
Presión
Ante el desfile en el estrado de antiguos ejecutivos, que en ningún momento accedieron a entrevistarse con los bufetes de Lay y Skilling, los abogados de la defensa han sugerido que los fiscales federales presionaron a los 16 ex directivos de Enron juzgados para que se declararan culpables de cargos no cometidos o se tendrían que enfrentar a largas temporadas en prisión.
La tensión por esta situación se pudo sentir en la sala durante el salvaje cuestionario lanzado por la defensa a Mark Koenig, el que en su día fue director de relaciones con los inversores de la compañía y que fue condenado por fraude hace dos años.
El juez Lake tuvo que frenar el interrogatorio ante las presiones de los abogados, que llegaron a acusar a Koenig de perjurio. La imposibilidad de la defensa de subir al estrado a ningún alto ejecutivo de Enron le ha impedido mantener su teoría, con lo que Lay y Skilling han tenido que defenderse solos.
Pero el juez lo tiene claro: la "deliberada ignorancia" del fraude no constituye una defensa justificable. Y, dirigiéndose al jurado, afirmó: "No se puede comprar la justicia; hay que ganársela".
Después de seis jornadas de desesperada espera, el jurado del caso Enron encontró al fundador de la compañía, Ken Lay, y al ex consejero delegado, Jeffrey Skilling, culpables de los cargos de conspiración y fraude en el caso considerado el padre de todos los escándalos corporativos que han azotado a Estados Unidos.
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