"No vendo cerveza, vendo alegría", acostumbraba a decir el multimillonario Alfred Henry Heineken, el rey de la cerveza holandés que falleció hace dos décadas a la edad de 78 años. Comúnmente conocido como 'Freddy', este empresario de éxito nacido en Ámsterdam en 1923 pasó a la historia no solo por su adelantada visión comercial, sino por soportar uno de los secuestros más costosos de la historia.
Heineken fue desde sus inicios un proyecto familiar que inició en 1864 su fundador Gerard Adriaan Heineken. Su hijo Henry Pierre siguió sus pasos en 1917 hasta 1940, y un año más tarde, en 1941, fue cuando entró Alfred, aunque en ese momento la marca ya no pertenecía a la familia. Sin embargo, en 1946, cuenta la leyenda que 'Freddy' alquiló un Rolls-Royce, lo aparcó delante del banco y, con este golpe de efecto, consiguió el préstamo de 122.000 libras que necesitaba para recomprar las acciones que había vendido su padre.
Alfred Heineken era un apasionado de todo lo relacionado con el mundo de la publicidad. Formado en EEUU, el joven 'Freddy' acababa de poner en práctica las enseñanzas recibidas sobre la importancia que tiene el marketing en el mundo de los negocios. Desde entonces ya estaba acreditado, según sus biógrafos, para convertir el pequeño negocio familiar en la multinacional que es hoy. Pero también se consolidó en su mente la idea de que el negocio no debía abandonar nunca el amparo familiar.
Él fue quien dio el color verde a todos los productos de la marca y el que inventó el logo estrellado de la empresa. El 1 de enero de 1968 apareció en la televisión holandesa el primer anuncio de Heineken, un anticipo de lo que la marca ha ido pregonando durante todos estos años. Y es que si algo tienen en común todos sus anuncios, antiguos y nuevos, es que venden alegría, derrochando diversión allá por donde vayas con una Heineken. Todo esto ha provocado que la marca holandesa sea una de las más reconocidas a nivel visual gracias a sus campañas publicitarias.
Uno de los objetivos de Alfred era el de crear una botella con forma cuadrada. Fue una idea que se le ocurrió en 1960 cuando visitó la fábrica de su cerveza en Curaçao, una pequeña isla caribeña perteneciente a la corona holandesa. Allí observó que muchas de las botellas acaban acumulándose en las playas de la isla debido a la poca concienciación de los habitantes en materia de reciclaje. Entonces pensó que todas aquellas botellas vacías podrían transformarse en ladrillos y contribuir a solucionar los problemas de alojamiento en el Tercer Mundo. Por desgracia la idea no se llevó a la práctica, ya que los directores de la compañía no la juzgaron compatible con el prestigio de la marca.
Un secuestro de película
El 9 de noviembre de 1983, Alfred Heineken, a sus 60 años, fue secuestrado por cinco enmascarados a punta de pistola cuando salía de la sede de su empresa, en pleno centro de Ámsterdam. Su chófer, de 57 años de edad, trató de interponerse y los secuestradores se lo llevaron también. Heineken nunca se sintió avasallado por su secuestro, a pesar de que se alargó hasta los 21 días cuando en un principio iba a durar 48 horas. "Ese hombre tenía un carácter muy fuerte. Es como si fuera una especie de psicólogo", afirmó Van Hout, líder de la banda.
Después de tres semanas secuestrado, Heineken y su chófer fueron liberados con un rescate de 35 millones de florines holandeses (unos 17 millones de euros) convirtiéndose así en el secuestro más costoso de toda Europa. Todo este suceso sirvió de inspiración al mundo del cine para que se hicieran dos películas basadas en el secuestro: El secuestro de Alfred Heinken (2011) y El caso Heineken (2015). El más caro de la historia pertenece a los hermanos y empresarios argentinos Juan y Jorge Born, que fueron secuestrados en septiembre de 1974 por la guerrilla de Montoneros, por quienes en 1975 se pagó un rescate de 60 millones de dólares.
Una de las mayores fortunas de Países Bajos
Poco se supo de Alfred Heineken tras su secuestro. Redujo considerablemente sus apariciones públicas y prácticamente no volvió a conceder entrevistas. En 1988 consideró que su hija ya estaba preparada para asumir responsabilidades, y la futura heredera fue nombrada miembro del equipo de dirección de Heineken, y un año más tarde se retiró de la Junta Ejecutiva en 1989, aunque mantuvo la participación en la compañía hasta su muerte en 2002.
En el momento de su renuncia como presidente de la junta en 1989, Alfred había transformado a Heineken de una marca que era conocida principalmente en los Países Bajos en una marca reconocida en todo el mundo. En el momento de su muerte, el 3 de enero de 2022, Heineken era una de las personas más ricas de los Países Bajos, con un patrimonio neto de 9.500 millones de florines, unos 4.600 millones de euros.
Tras su muerte, su hija Charlene de Carvalho-Heineken entró a formar parte del consejo de administración de la compañía. No solo heredó la fortuna de su padre, sino que controlaba una participación del negocio familiar del 50%. Y es que en 1952 su padre creó Heineken Holdings para garantizar el control de la compañía, la independencia de la marca y protegerla contra los intentos hostiles de adquisición.
Actualmente, Charlene de Carvalho-Heineken es propietaria de una participación mayoritaria del 25% en la segunda cervecera más grande del mundo, Heineken NV. y es la persona más rica de los Países Bajos, con un patrimonio neto de 14.700 millones de euros a mayo de 2021, según la lista de multimillonarios de Forbes.