
Daniel Ramón es una de las eminencias españolas en desarrollo biotecnológico. Catedrático de Tecnología de los Alimentos, profesor de Investigación de Agroquímica y Tecnología de Alimentos del CSIC y consejero delegado de la empresa Biópolis, ha participado en el 'I Congreso de Bioeconomía, Alimentación y Futuro. Food &Future', organizado por Cajamar, en la que distintos expertos han abordado el papel que la innovación y la investigación tendrán en el desarrollo de una agroalimentación sostenible. Más noticias en la revista gratuita elEconomista Agro
Ramón es tajante: "España tiene un gran potencial en biotecnología que se está desaprovechando".
¿Qué papel tiene que jugar la bioeconomía en el desarrollo de la agroalimentación?
Muy importante, porque es una de las áreas claves en la que los desarrollos biotecnológicos pueden tener un papel importantísimo, tanto en el desarrollo de nuevos alimentos y nuevos cultivos, como en la sostenibilidad del medio ambiente que asegure la producción agrícola en los próximos decenios.
¿Es entonces la bioeconomía la solución que permitirá alimentar al mundo garantizando la sostenibilidad de los recursos?
El problema de alimentar el mundo es tan complejo que no se puede solucionar con una herramienta, sino que precisa de varias de ellas y sobre todo de apuestas políticas claves. Pero la bioeconomía tendrá un papel clave en cómo dar de comer a un incremento previsto de población de 2.000 millones de personas hasta 2050 de una forma sostenible.
Y los alimentos genéticamente modificados, ¿qué papel juegan?
Es una herramienta más de la bioeconomía. Tiene su papel y en la UE está abierto su debate en torno a su comercialización, pero es un debate ideológico, no técnico. Yo pienso que, en el global de la bioeconomía, es una de las posibles alternativas a la que no debemos renunciar, al menos por motivos ideológicos. Pero sin duda tendrá su papel. Si no lo tiene en Europa, no tenga la menor duda de que lo tendrá en otras zonas del planeta, como en EEUU, Lationoamérica y el sudeste asiático. Ellos no van a renunciar.
¿Por qué esa mala prensa?
Porque es muy fácil alarmar y muy difícil transmitir razones científicas en contra de esa alarma. El problema con el que nos encontramos es que es muy fácil alarmar y para nosotros, los científicos, muy complicado transmitir los datos técnicos por los cuales esas alarmas carecen de fundamentos. Es la clave del asunto, y más en un país como el nuestro que carece de divulgación científica.
¿No hay ningún riesgo entonces?
Yo no puedo afirmar que no haya ningún riesgo para la salud de las personas y del medio ambiente, ni con los alimentos modificados genéticamente, ni con los orgánicos. No puedo hablar de riesgo cero para ninguno de ellos porque la población humana no es genéticamente homogénea para los riesgos sanitarios. Para mí, un fruto seco no es un riesgo, pero para una personas con alergia sí lo es. Lo que sí puedo decir es que los alimentos genéticamente modificados no son más peligrosos ni más buenos para la salud de los consumidores que los convencionales o los orgánicos. No tenemos ningún dato que nos indiquen que sean más peligrosos, ni uno solo.
¿Qué potencialidades ofrece nuestro país en el desarrollo de la biotecnología?
Mucha por dos razones. Primero porque tenemos una comunidad científica en lo público y en lo privado muy bien formada en lo que es biotecnología agroalimentaria. Tenemos muchos grupos buenos y mucha pequeña y mediana empresa buena. Y segundo, tenemos al sector detrás. El agroalimentario es un sector importantísimo en el global del país y con peso en el resto de la UE. Otra cosa es cómo engarzar esos dos mundos, que es donde nuestro país anda un poco desfasado en relación con otros países, donde esto está ya muy conseguido. El ejemplo claro es Holanda, donde hay una interacción público-privada brutal y les va magníficamente bien.
¿No estamos entonces suficientemente coordinados?
No y ése es el problema. Son dos mundos separados que no hablan. Deberíamos fijarnos en el modelo holandés en torno a la agroalimentación y a la investigación agroalimentaria, que ha funcionado magníficamente bien. La prueba es que es el segundo país a nivel mundial en innovación alimentaria porque han sabido imbricar muy bien el conocimiento público con la actividad empresarial privada.
¿Estamos desaprovechando nuestro potencial?
Totalmente. Además ese potencial lo estamos perdiendo. Lo que ha pasado en los últimos años con la reducción de la financiación de la I+ D ha hecho que mucha gente brillante joven haya dejado el país para irse a otros sitios y eso es algo que quizás ahora no percibimos porque en Ciencia las cosas siempre tardan tiempo en detectarse.
Usted ha participado en la creación de Biópolis, una startup del CSIC. ¿En que líneas está trabajando en el sector agroalimentario?
Trabajamos mucho por ejemplo con probióticos, microorganismos que son beneficiosos para la salud y que se pueden adicionar a alimentos, y también en la búsqueda en otro tipo de ingredientes funcionales, sobre todo para clientes privados. Lo que era difícil de hacer en lo público lo estamos consiguiendo hacer desde la estructura privada, sobre todo porque hemos reducido mucho la burocracia y facilitado la interacción entre el investigador del labortaorio y el personal de la empresa que está desarrollando el producto.
¿Es difícil para una empresa de estas características abrirse camino?
Fácil no es, pero tenemos 50 empleados y estamos en beneficios. Con la que ha caído en los últimos años en este país no es fácil. Y lo hemos conseguido a base de tener clientes, no de vivir de proyectos públicos, aunque tenemos algunos que nos aportan un 15% de los ingresos. Pero de la misma forma que ha surgido Biópolis pueden surgir otras compañías; el futuro va por ahí, porque lo público ya no absorbe más y hay que generar estructuras privadas y empresariales que den a los científicos otro tipo de empleos.
¿Y los científicos tienen más predisposición a este nuevo modelo?
Hay como todo. Pero la gente joven que está en Ciencia lo que sí tiene claro, a diferencia de mi generación, que sólo veíamos la universidad y los centros como el CSIC o el Instituto Nacional de Investigaciones Agrarias como sitios donde íbamos a poder desarrollar nuestra actividad profesional, es que eso está absolutamente colmatado. Yo creo que sí, son valientes y a mí me sorprende que todos ellos están pensando en irse de España o trabajar en una empresa porque no creamos una spinoff. Creo que entre la gente joven cada vez se ve más ese espíritu emprendedor.