
La inspiración se asocia a la casualidad, a la magia de un momento. Son pocos los que entienden que, a menudo, es el resultado de un hábito de vida. Para inspirarte , lo más importante es cambiar tu actitud ante lo cotidiano, prestar más atención y abrir tu sensibilidad. Estar presente en cada vivencia considerada, hasta entonces, insignificante.
Cuando cambias la perspectiva, de pronto, te puede dar por escuchar realmente la letra de las canciones que suenan en la radio, por reflexionar sobre la formulación concreta de los refranes, por fijarte en los portales iluminados al pasear de noche. Por distinguir los gestos y los ritmos más distintivos de un amigo que son los que plasmaría un buen artista.
Aumentar el ingenio
Cuando empiezas a vivir inspirado, tu capacidad para discernir conceptos y para distinguir percepciones se potencia. Y aumentan tu ingenio y tu libertad de pensamiento. Las etiquetas que se usaban para categorizar pierden gancho. Y te surge una frescura personal para sentir y para comunicar. Por supuesto, uno puede completar este hábito cotidiano con momentos especialmente diseñados para detonar la inspiración.
El cliché es pensar en los estímulos químicos -alcohol y drogas-. O en los viajes, como contraste con nuestra cultura y modo de vida. De ahí que, para muchos españoles, los cafés de París despierten un cierto romanticismo. Y que, para los extranjeros, un café con leche en la Plaza Mayor de Madrid pueda resultar especialmente relaxing.
Pero el contraste se puede encontrar sin tanto artificio. Basta con escuchar a los más cerveceros debatir sobre cómo se tira una buena caña para aprender de contrastes. Y también se puede uno inspirar en casa. Tomándose el tiempo de pensar y de sentir, porque la inspiración, a menudo, necesita dilatarse para abrirnos su potencial. Obviamente, todo lo que se crea, nace de algún tipo de inspiración. Mientras que lo que se cree puede ser simplemente adoptado. Por eso, los artistas tienden a tener ínfulas de superioridad intelectual, por encima de los más creyentes. Pero no nos engañemos, los actores que ponen su credo por encima de su creación, son, sobre todo, creyentes. Y por eso, a muchos, no nos inspiran.
María Millán, consultora en estrategia