
En las elecciones generales del 9 de marzo de 2008, los dos grandes partidos consiguieron conjuntamente el 83,81% de los votos, más que en todas las elecciones anteriores: era el resultado más cercano al bipartidismo en toda la democracia. En las elecciones de 2011, ya en pleno fragor de la crisis económica, la suma de las dos formaciones principales descendió más de diez puntos, hasta el 73,39%. El próximo 25 de mayo se espera una foto bien distinta. SIGA AQUÍ EL ESPECIAL ELECCIONES.
Tras las elecciones generales de 2011, ha continuado cayendo el porcentaje conjunto de los dos grandes partidos. El sondeo del CIS otorgaba el pasado enero a las dos grandes formaciones, conjuntamente, el 58,7% de los votos. En decir, PP y PSOE habrían caído veinticinco puntos con respecto a 2008 y quince con relación a 2011. El barómetro de abril daba a ambos partidos un total de 58,1%.
En 2011, el PP logró mayoría absoluta con el 44,62% de los votos, en tanto el PSOE lograba el peor resultado de su historia en el periodo democrático, con el 28,76%. Desde entonces, el PP ha ido bajando ininterrumpidamente de manera continua, sin acusar directamente los escándalos de corrupción, hasta el 31,9% de abril. Y el PSOE, que en teoría debía haberse lucrado electoralmente de la impopularidad de su antagonista en el poder, también ha ido perdiendo posiciones, salvo en un ligero repunte de estimación de voto entre abril de 2012 y enero de 2013, que de nuevo desembocaba en caída poco después, hasta el 26,2%, dos puntos y medio por debajo del pésimo resultado del 20N de 2011.
Finalmente, el sondeo preelectoral del CIS previo a las europeas (unas elecciones singulares que no pueden compararse con las diferentes consultas internas) augura a ambas formaciones, conjuntamente, un 64,6%, dieciséis puntos menos que en 2009, cuando obtuvieron un 80,74%. En este último sondeo, se registra, además de un ascenso notorio de IU y UPyD, la irrupción de ?Podemos? ?la formación de Pablo Iglesias- con un europarlamentario.
Mirando a otras elecciones
Los sociólogos políticos afirman que se puede prever un nuevo reforzamiento del bipartidismo a medida que se acerquen las citas electorales, ya que ganará terreno la teoría del voto útil (los votos a las minorías resultan mucho menos operativos que los que se dirigen a las mayorías). Sin embargo, no parece posible que se restaure la posición anterior a la crisis, de clara hegemonía de las formaciones clásicas de centro-izquierda y de centro-derecha.
De hecho, hay un clamor contra el bipartidismo, que estaría a juicio de muchos degradando la democracia; ambos partidos estarían turnándose conscientemente e impidiendo una verdadera renovación del sistema. Sin embargo, aun sin negar la necesidad de renovar el modelo, es muy dudoso que un pluripartidismo mucho más abierto fuera a mejorar la democracia. La experiencia pluripartidista italiana, que terminó saltando por los aires, parece desmentirlo.
Así las cosas, la pregunta que deberíamos hacernos es si hay que renovar el sistema decantándolo hacia el pluripartidismo (para ello, nada mejor que reformar el sistema electoral para hacerlo proporcional puro), o si lo que hay que modernizar son los dos grandes partidos, hoy verdaderos monstruos sin alma, con escasa democracia interna y con grandes dificultades para conectar con la sociedad.