
España ha frenado al populismo con su voto del pasado domingo. En unos momentos en que la inestabilidad y las incertidumbres atenazan a Europa, la sociedad española se planta ante el fenómeno que suele aparecer en cada crisis cíclica, con forma moldeable y perfil ideológico variable. Pero es muy parecido en todos los países donde ha irrumpido, ya sea como extrema derecha o como extrema izquierda: son los dos extremos de una misma cuerda que acaba en bucle sin fin. Especial elecciones del 26J. | Reacciones al 26.
El miedo a lo desconocido, al oportunismo recién llegado, a las fórmulas mágicas, a las de perogrullo y al revanchismo ha provocado la reacción de una parte del electorado, que ha preferido no seguir con los experimentos. Las elecciones del 20D difícilmente tendrán reflejo en un futuro próximo, porque el populismo de la izquierda radical ha tocado techo y parece empezar su declive.
Sus fuerzas representativas han hecho todo lo legítima y legalmente posible para aumentar su presencia en las instituciones, con innumerables coaliciones instrumentales que se desgajaban una vez constituido el parlamento para formar tantos grupos políticos como fuera posible, cosa que habría ocurrido con IU en caso de haber alcanzado el mínimo de diputados necesario.
Pero ni siquiera así ha logrado aumentar sus registros, iniciando una pendiente de descenso que será tan pronunciada como poco sensatos sean sus planeamientos a partir de este momento. El bloqueo para formar Gobierno podría seguir, pero el deslumbramiento provocado por los nuevos actores ha tocado techo el 20 de diciembre y se ha mostrado menguante el 26 de junio.
La izquierda retrocede tras meses de fuerte activación anti PP. Lo ocurrido es un gran fracaso para los partidos y medios de comunicación que intentaron hacer ver a los españoles que el PP es un partido sin legitimidad, porque durante sus años de Gobierno en su seno anidaron personas corruptas.
La corrupción en España ha afectado siempre a los partidos con poder, se llamen PSOE, PP o Convergencia. Tratar de confundir a la opinión pública presentando este problema como exclusivo de una formación política es algo contra lo que la mayoría de los ciudadanos ha reaccionado en esta repetición electoral. Ya sabíamos que condicionar el pensamiento de la gente es posible durante algún tiempo, pero no siempre.
La estabilidad económica ha pesado en una gran medida, aunque el PP habría mejorado en todo caso su resultado electoral. Una parte crucial de aquel 32% de indecisos ha meditado durante el fin de semana sobre el riesgo en el que se instala el Reino Unido tras el Brexit, han visto cómo ingleses, galeses, escoceses e irlandeses han despertado súbitamente de su sueño imposible cuando ya era tarde, cuando su confianza en los populistas ya era irreversible. Aquí todavía se estaba a tiempo: estábamos a 48 horas de las elecciones. Un factor externo, al fin, beneficia al partido conservador español.
En el análisis de las posiciones sostenidas en el pasado, parece evidente que Rajoy acertó al no someterse a una investidura que habría provocado el deterioro de la imagen de España, como ocurrió con la que perdió en dos votaciones Pedro Sánchez. Se le podría acusar de tacticista por haber estado sentado en su despacho monclovita durante varios meses, esperando que la fruta madura, con forma de "partidos del cambio" dando palos de ciego, cayera por su propio peso y tal vez esa crítica no sería equivocada.
Pero al final del proceso, esa posición ha propiciado un reforzamiento del tradicional y muy peculiar bipartidismo español, que nunca ha sido del todo exacto pero que nos ha servido durante cuatro décadas para mejorar y progresar hasta límites nunca alcanzados por este país. Si la llegada de los dos nuevos partidos es la culpable del bloqueo parlamentario y de la banalización de la política, su descenso permite que volvamos a los cauces tradicionales y dejemos atrás, aparentemente, las aventuras con incierto final.