Elecciones Generales 26J

El debate del debate

Rajoy, preparándose para el debate ante Sánchez de diciembre. Imagen: Reuters

En la política española no hay asunto por nimio que sea que no resulte objeto de conflicto y dura controversia. El grado de polarización alcanza tal nivel que los partidos han terminado por desarrollar la capacidad de generar un problema para cada posible solución. No estoy refiriéndome a su demostrada insolvencia para llegar a un acuerdo que permitiera evitar la convocatoria de nuevas elecciones.

Tampoco a la ya constatada imposibilidad de aunar criterios para reducir en términos apreciables el coste de la campaña electoral. Ahora el nuevo episodio de desencuentros son los debates televisivos. Ya han empezado a debatir sobre el debate. Y no piensen que es asunto menor en el que las diferencias se reducen a pequeños matices. No, discutirán como si les fuera la vida en ello y se meterán de por medio supuestos especialistas en la materia que probablemente carezcan de la menor capacidad para pontificar sobre la materia. Hay muchas experiencias que lo demuestran.

De momento, el candidato del PP y presidente en funciones se ha metido él solito en un lío al expresar públicamente lo poco que le gustan este tipo de espacios en los medios y la pereza que le producen. Es más, elevó su ánimo a la categoría de universal al afirmar en la Cadena Ser que "a nadie le apetecen los debates", que su preparación requiere un esfuerzo y que son incomodos. Un latazo vino a decir.

Tal exhibición de galbana no solo pone en evidencia lo poco que le importa la audiencia masiva que logran reunir este tipo de formatos electorales sino el escaso interés que tiene en hacer valer sus propuestas frente a las de sus rivales políticos. Alguien que se dedica a estos menesteres debería ver en tales lances una oportunidad de defender sus convicciones no una pesadilla.

A pesar de todo, esta vez Mariano Rajoy parece dispuesto a comparecer en el debate a cuatro al que se negó en los comicios del 20D. Entonces manejaron una buena excusa, los otros dos candidatos solo tenían expectativas en las encuestas no representación parlamentaria. Lo cierto es que por esa misma regla de tres tampoco tendría que haber acudido Soraya Saenz de Santamaría.

En realidad, Rajoy solo acudirá a los debates si los lumbreras que le rodean llegan a la conclusión de que ahora le conviene, bien por evitar la imagen de que rehúye la confrontación con sus rivales o porque entienden que el "uno contra todos" le puede reportar réditos electorales. Si así fuera, y eso lo veremos en las próximas semanas, asistiremos a una ceremonia de apareamiento en la que los jefes de campaña se pondrán previsiblemente estupendos en proporción directa con la representación parlamentaria que ahora ostentan.

El riesgo es que sus exigencias terminen por convertir los debates en un espacio anquilosado y ortopédico en que casi todo lo que allí suceda resulte previsible. Aunque así fuere, siempre merecerá la pena porque no hay en las campañas electorales ningún elemento más pedagógico y clarificador para la ciudadanía que los debates entre los primeros espadas de cada formación. La propaganda, los mítines y las declaraciones son perfectamente prescindibles, el cruce de argumentos no.

Por ello, lo deseable sería que los debates electorales fueran regulados por ley. Una norma de obligado cumplimiento no solo para que nadie esquivara la responsabilidad de exponer y enfrentar sus posiciones a la de sus rivales sino para establecer formatos que permitieran obtener al espectador la mejor información posible sobre los competidores.

Como en cualquier disciplina, también en los debates electorales hay mucho bueno en lo que poder copiar de lo que hacen fuera. Un magnífico referente es el modelo anglosajón en el que los candidatos, además de enfrentarse entre sí, han de responder a los interrogantes de un 'pool' de periodistas independientes. Con esta fórmula no cabe la sucesión de monólogos ni los artificios que puedan proyectar una imagen precocinada e irreal de cada contendiente.

Hay pocas esperanzas de que esos jefes de campaña que habrán de discutir y decidir sobre los debates electorales ensayen formatos pensando en el interés de los electores. Debatirán sobre los debates y decidirán lo que a ellos les interese. Como siempre.

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