
Una vez que las encuestas, muy expresivas esta vez, confirman la impresión de que se avecina en nuestro país una clara alternancia política, como por otra parte sucederá en la mayoría de los países grandes y medianos de la Unión a causa de la terrible recesión experimentada, es curioso constatar que el elemento más llamativo del proceso electoral español que culminará el 20N es el ingreso del alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, en la lista del Partido Popular por Madrid.
Como es sabido, irá en cuarto lugar, después del presidente del partido, de la hasta ahora portavoz en la Cámara Baja y futura primera vicepresidenta del Gobierno y de la futura secretaria general del PP.
Alberto Ruiz-Gallardón (1958, 52 años en la actualidad) fue un político precoz. Concejal de Alianza Popular en el Ayuntamiento de Madrid en 1983, ingresó en la Ejecutiva de AP en 1986 y en 1987, poco después de convertirse en diputado de la Asamblea de Madrid, el primer sucesor de Manuel Fraga en la cúpula, Hernández Mancha, le nombró vicepresidente de AP y portavoz del partido. Fracasó en una moción de censura contra Joaquín Leguina en 1989 y en 1995 conseguía convertirse en presidente de la Comunidad de Madrid tras ganar las elecciones por mayoría absoluta. Desde entonces, ha ganado de igual modo todas las elecciones regionales o locales a las que ha concurrido: en 1999 revalidó la presidencia de la CAM y en 2003 alcanzó la alcaldía de Madrid -a petición del entonces presidente del Gobierno, José María Aznar, cambió de institución- que confirmó en 2007 y de nuevo, hace menos de cinco de meses, en 2011.
Muy cercano a Rajoy (1955), quien lo ha mantenido como miembro permanente en los 'maitines' de los lunes, verdadera cocina del poder popular, intentó ingresar en las listas del PP al Congreso de los Diputados en las elecciones generales de 2008, pero en aquella ocasión los adversarios políticos del presidente del partido, con Esperanza Aguirre al frente, lograron impedirlo. La ulterior derrota de Rajoy frente a Zapatero obligó a Gallardón a mantenerse recluido en su parcela municipal, hasta que, una vez que Rajoy, consolidado, aparece en las encuestas como casi seguro presidente del Gobierno, Gallardón ha podido dar el salto a la política estatal ya sin oposición.
Gallardón, con una capacidad de arrastre innegable, y no sólo entre sus conmilitones sino -por su moderación e indudable talla- entre sus adversarios, nunca ha ocultado que su ambición personal en la política es alcanzar la cima, la presidencia del Gobierno. Y ha sido precisamente esta franqueza la que le ha proporcionado la enemiga de buena parte de sus compañeros de formación política, que, ya se sabe, son a menudo más feroces detractores que los auténticos adversarios políticos. Y en un modelo partitocrático como el español, la promoción interna no surge espontáneamente de la valía o el esfuerzo: en este caso, como en todos, ha sido precisa una conjunción astral para que quien es objetivamente uno de los valores más importantes del PP tuviera el camino expedito hacia la cúpula.
En buena lógica, Gallardón llega al Parlamento para formar parte del Gabinete de Rajoy (sin descartar, de momento, la opción de llevarlo a la presidencia de las Cortes). Y aunque en política las previsiones quedan siempre a merced de un cúmulo de circunstancias imprevisibles, todo apunta a que el todavía alcalde de Madrid aspirará en su momento a la sucesión del propio Rajoy, quien en todo caso respetará la pauta marcada por Aznar de no prolongar el mandato más de dos legislaturas. En este supuesto, Gallardón podría ser cabeza de cartel del Partido Popular en las elecciones de 2019, dicho sea a título de mera, remota e incontrastable hipótesis.