
Allá por 2006, cuando la entonces senadora y exprimera dama Hillary Clinton dio el paso de montar su candidatura para ser presidenta de EEUU las redes del sistema se pusieron a trabajar. Había otros nombres sobre la mesa, como el malogrado candidato demócrata Al Gore, pero el establishment lo tenía claro: ella era su candidata.
En el particular sistema preelectoral del Partido Demócrata ese apoyo 'oficial' es fácil de detectar, porque los apoyos que recaban los precandidatos durante la interminable campaña electoral que culmina con la nominación definitiva hay dos tipos de votos. Por una parte están los delegados, el llamado voto popular, que es el que se disputan Estado por Estado durante casi un año. Por otra parte están los superdelegados, cargos electos y dirigentes de la formación que pueden decantarse por quien quieran. Y entre ese selecto grupo Clinton arrasaba.
Lo que no esperaba el 'sistema' es que el proceso de primarias fuera tan largo y disputado, algo que empezó a vislumbrarse cuando en el primer trimestre de 2007 Clinton y Obama llevaban ya recaudados 20 millones de dólares, por los 12 de John Edwards. Faltaba un año para que el proceso de elección se pusiera en marcha, pero antes de ir a por los votos se iba a por el dinero.
¿Quién era ese tal Obama que disputaba a la candidata elegida por el aparato del partido? La primera vez que saltó a la palestra fue unos años antes, cuando fue el encargado del discurso central de la convención demócrata que encumbró a John Kerry como candidato, aunque posteriormente perdería contra George Bush. Entonces era un joven candidato al Senado al que pocos conocían, pero los analistas vieron en aquella magnética intervención el primer acto de la campaña que estaba por llegar.
Pese al impacto logrado, nada parecía que podía amenazar a Clinton. Tenía lo bueno del legado de su marido, cuya política económica sigue siendo de las más valoradas por la ciudadanía, con el añadido de haber superado el 'affaire Lewinsky' con una sorprendente mezcla de sentido de la familia, lealtad y fortaleza.
Era la personificación de mujer familiar y fuerte, apreciada por la clase media, con el potente simbolismo de poder ser la primera presidenta y el bagaje de contar con la herencia y el apoyo de uno de los exmandatarios más valorados. El partido la apoyaba, y las donaciones la respaldaban, ¿qué podía salir mal?
Salió mal la campaña. No es que fuera mala, sino que la de Obama fue mejor. Golpes de efecto como lograr el apoyo de la todopoderosa Oprah Winfrey y el hecho de lograr sumarse mayoritariamente el voto negro y latino lanzó la dicotomía al electorado: ¿la primera presidenta mujer o el primer presidente negro? Las minorías fueron, finalmente, las que articularon el discurso y decidieron el resultado.
La competición duró meses. Obama consiguió el giro definitivo en junio cuando, tras encadenar numerosas victorias en las primarias estatales, logró hacerse con la mayoría de superdelegados. De forma contraria a como se inició el proceso, fue el aparato el que acabó señalando al carismático senador, mientras que la exprimera dama, que iba por detrás también en delegados, intentó hacer valer el mayor número de votos obtenidos.
Han pasado ocho años, Clinton acabó pasando fugazmente por la administración Obama como secretaria de Estado y hasta el expresidente Bill Clinton hizo campaña con el actual inquilino de la Casa Blanca para su reelección en un intento de restañar las heridas de una campaña tan disputada. Y, cómo no, como forma de lanzar la candidatura -esta vez, según el guión, definitiva- de Clinton a las presidenciales.
Pero repasando el devenir de los hechos, aún hay hueco para una nueva sorpresa.
A diferencia de las primarias republicanas, donde la contienda ha tenido múltiples candidatos -aunque ya prácticamente se ha reducido a un Donald Trump contra Ted Cruz-, la campaña demócrata se ha centrado casi desde el inicio en un Hillary Clinton contra Bernie Sanders: Martin O'Malley, Jim Webb o Lawrence Lessig se asomaron, pero ni siquiera compitieron. En esta ocasión no ha habido lugar para un tercero en disputa que contribuya a debilitar al candidato en cabeza, como sucedió con John Edwards.
Para añadir otra preocupación, la recaudación de campaña le favorece, pero por poco. Sin duda Hillary Clinton lidera el ingreso económico, con 130 millones de dólares, pero a no demasiada distancia aparece su rival, que lleva 96,3 millones, según The New York Times.
Al menos un dato sí es distinto en esta ocasión: Clinton va por delante en los delegados obtenidos en estas primeras votaciones. A estas alturas suma 1.163, por los 844 de Bernie Sanders, es decir, hay una diferencia entre ambos de 319 habiéndose celebrado 29 votaciones y con casi 2.000 delegados ya decididos. Va en cabeza, sí, pero por poco.
Aunque el calendario no fue exactamente igual en 2008 -y eso, por cierto, conllevó sanciones para algunas agrupaciones demócratas-, si se computan los resultados en esos mismos Estados, a estas alturas de la contienda Obama ya iba ligeramente en cabeza, con 832 delegados sumados, por los 628 que llevaba Clinton. La diferencia de números totales viene de esas sanciones (algunos Estados vieron reducido su número de votos por adelantar sus fechas) y por el hecho de que algunos Estados dieron a conocer sus resultados más adelante.
Dicho de otra forma: Obama le llevaba a estas alturas más ventaja a Clinton de la que Clinton le lleva ahora a Sanders... en delegados. En superdelegados, esa herramienta del 'aparato', la cosa cambia: Clinton sumaría ahora mismo 467 por los apenas 26 de Sanders. Pero la candidata demócrata sabe bien lo que implica que el partido, de pronto, decida cambiar de preferencias.
La batalla sigue esta noche: Arizona, Idaho y Utah ponen en juego un total de 149 nuevos delegados, en cuatro días Alaska, Hawaii y Washington disputarán otros 172, y el 5 de abril Wisconsin decidirá otros 96. En total 417 votos más en una carrera que puede prolongarse hasta el mes de junio, si es que nadie consigue antes los 2.383 votos necesarios para obtener la nominación automática.