
La volatilidad de la bolsa estadounidense, y su contagio a Europa, dispara las especulaciones sobre si se trata del primer síntoma de nuevas turbulencias económicas, cuyo epicentro sería una próxima guerra comercial entre EEUU y China. Se trata de un punto de vista muy discutible, que no se compadece con lo que realmente ocurre en Wall Street.
Las caídas tienen mucho que ver con el sector tecnológico, cuyos gigantes perdieron más de 250.000 millones en las últimas sesiones. Es una corrección previsible en valores que cotizaban con múltiplos muy altos, sobre los que, además, se cernió la tormenta perfecta, con el escándalo de las filtraciones de datos de Facebook y las expectativas de un endurecimiento normativo y fiscal. De hecho, Donald Trump advirtió ayer por Twitter a Amazon en este sentido.
El presidente de EEUU volvió así a alardear de la misma brusquedad a la hora de expresarse que mostró al anunciar sus nuevos aranceles a China. Pero, tanto en el caso de las tecnológicas como, sobre todo, en lo que respecta a la guerra comercial, conviene no exagerar las verdaderas intenciones de Trump.
Su interés es forzar una negociación para acabar con prácticas abusivas chinas como copiar la tecnología occidental mientras mantienen su mercado cerrado a empresas extranjeras. Por ello, tras el primer exabrupto, EEUU ya ha tendido la mano al diálogo a Pekín, por lo que es previsible una evolución parecida a la que tienen los aranceles al aluminio y al acero, suavizados con múltiples exenciones.
La guerra comercial, por tanto, no es en absoluto segura. Si a ello se suma el crecimiento sostenido que presentan EEUU, la UE, e incluso China, puede afirmarse, con las debidas cautelas, que no hay visos de algo parecido a una nueva crisis global.