Editoriales

Profesionalizar la empresa familiar

La media de vida de las más de 1,1 millones de empresas familiares que hay en España es de solo 33 años. Esta escasa duración sumada al hecho de que solo el 30 por ciento de las mismas llega a ser dirigida por la segunda generación refleja la enorme dificultad que supone pasar la gestión de la empresa de padres a hijos.

Este problema es la causa que se esconde tras ventas recientes, como Pronovias, o más alejadas en el tiempo, como Cortefiel o Campofrío. El relevo generacional también es el motivo de las guerras de incierto futuro que en la actualidad castigan a imperios como Globalia, García Carrión, Freixenet, Pastas Gallo o Eulen.

Especialmente ilustrativo es el de este último. La boda del fallecido fundador de la empresa de servicios, David Álvarez, con su secretaria fue el germen de un conflicto que aún divide a sus siete hijos y que ha acabado en los tribunales. No es lo más importante en éste, y en el resto de los casos, quién tenga razón en sus demandas, ya que el mayor problema es que las guerras familiares lastran a las empresas y ponen en peligro miles de puestos de trabajo.

El elevado número de conflictos indica que la empresa familiar todavía no se ha profesionalizado de manera adecuada, y que carece de mecanismos que garanticen su supervivencia frente a las guerras internas. Es cierto que hay avances pero es imperdonable que un buen número de este tipo de compañías adolezca de un protocolo familiar.

Este documento firmado por todos los propietarios siente las bases de un relevo ordenado e impide interferencias de la propiedad en la gestión. Urge, por tanto, que la empresa familiar acometa una profunda profesionalización que evite las guerras que abocan a las firmas a la venta o al cierre.

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