Editoriales

El sector turístico español necesita mayores medidas de seguridad

La oleada de ataques terroristas que, desde hace años, golpea a las principales ciudades europeas, eligió ayer a Barcelona como su nueva víctima. No ha sido posible evitar que España también sufra este tipo de ataques, pese a que las fuerzas de seguridad llevan largo tiempo en estado de máxima alerta y cuentan con una larga y valiosa experiencia en la lucha contra este tipo de crímenes.

Una vez más, se demuestra que ningún lugar está a salvo de una nueva forma de terrorismo que opera a través de células autónomas, nutridas de personas aparentemente integradas en las sociedades a las que agreden. Además, la crueldad y el salvajismo que caracteriza a estos terroristas hace que no tengan escrúpulos a la hora de recurrir a estrategias de ataque muy elementales, pero capaces de causar grandes estragos. Así, la Ciudad Condal fue escenario del ya conocido método, del que el yihadismo ha hecho bandera, de embestir a una multitud indefensa con un vehículo a gran velocidad. En este caso se trató de una furgoneta que causó, al cierre de esta edición, 13 muertos y 80 heridos.

Es el mismo modus operandi criminal que sufrieron este año Berlín, Estocolmo y Londres, pero que se decantó por Niza, en julio de 2016, para demostrar, por primera vez, todo su poder destructivo. No es de ninguna manera casual que, para ello, se eligiera una de las ciudades más turísticas de la Costa Azul francesa en una de las semanas álgidas de la temporada de vacaciones. El paralelismo con Barcelona es también evidente, en la medida en que el atentado tuvo lugar en Las Ramblas, la arteria principal de la ciudad más visitada de España, en pleno agosto.

Los terroristas tampoco han desperdiciado la ocasión de atacar en un nuevo verano récord en llegada de turistas para nuestro país, precisamente aquél que se erigió como el destino más seguro del Mediterráneo, después de que el terrorismo ahuyentara a los visitantes de otros lugares situados en la misma área como Túnez o Egipto.

El mensaje de este tipo de criminales, por tanto, queda perfectamente claro: el turismo, en tanto que se distingue como un claro paradigma del estilo de vida occidental, es un enemigo preferencial, para el yihadismo. Y España, como potencia mundial en este ámbito, destaca como objetivo de primer orden por este motivo, más allá de otros de carácter mucho más secundario, como el delirio sobre la reconquista de Al-Ándalus.

Pero, pese a tan clara amenaza, lo cierto es que este verano ha quedado muy clara la vulnerabilidad del sector turístico español. Se evidenció, en primer lugar, comprobando el gran impacto que lograron los actos vandálicos impulsados por la izquierda independentista en lugares tan emblemáticos del veraneo en España como Palma de Mallorca o, una vez más, Barcelona. Ahora, el grave atentado en la Ciudad Condal supone un golpe de consecuencias todavía difíciles de calcular para la imagen de España como un país seguro para los turistas.

Sorprende que un ataque de estas dimensiones se haya podido producir en un centro neurálgico de la envergadura de la capital catalana. Ahora la prioridad es atender a las víctimas y detener a todos los culpables. Pero, más adelante, es ineludible abrir un debate sosegado sobre cómo fue posible que una furgoneta accediera a gran velocidad a la zona de Las Ramblas, en plena hora punta y completara un largo recorrido antes de poder ser detenida. Es posible que Barcelona, pese a la evidente amenaza que la sobrevolaba, no contara con las medidas de seguridad necesarias. Resulta urgente reforzarlas en la Ciudad Condal y en todas las áreas de máxima afluencia turística.

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