
Hace cinco años, la situación de las fábricas españolas del sector de la automoción era preocupante. Por primera vez en 20 años, se ensamblaron menos de 2 millones de coches. La deslocalización volvía a ser una amenaza, ya que la demanda en España y Europa, los mercados donde estaban destinados casi todos los vehículos, descendía. Un lustro después, la situación se ha dado la vuelta hasta el punto de que los fabricantes esperan que este año se alcancen los 3 millones de automóviles producidos en España, muy cerca del récord histórico de 2000, con 3,03 millones.
El buen clima económico, donde las variables que inciden en el consumo están teniendo un gran comportamiento, unido a la mejora de la renta disponible y el abaratamiento de los combustibles explican la recuperación del consumo en España, que ya crece a pesar del fin de los sucesivos planes Pive. Además, la acertada apuesta de abrir las exportaciones a nuevos mercados para reducir la dependencia de la UE, como EEUU, Norte de África o Europa del Este, permiten al sector recuperar su fortaleza.
Con todo, nada de esto hubiera sido posible si el automóvil no hubiera seguido siendo ejemplo de industria vanguardista que no se cansa de dar lecciones de flexibilidad laboral y competitividad. Así se demostró con el reciente acuerdo entre los trabajadores y la patronal que permite la supervivencia de la factoría de Nissan en Ávila. La industria del automóvil debe afanarse por preservar sus fortalezas. Máxime ante el reto que el vehículo eléctrico representa. La única posibilidad que España tiene de producir en el futuro este tipo de vehículos es conservando todas sus grandes virtudes. Solo así se podrá seguir presumiendo de una industria que genera empleo cualificado y de calidad.