
Todavía no existen datos oficiales, pero las cifras más recientes que ya maneja BME sobre el volumen de operaciones en bolsa española son muy significativas. Las órdenes relativas a cuantías inferiores a los 6.000 euros son cada vez más numerosas, lo que puede interpretarse como un claro indicio de que hay un número creciente de inversores minoristas operando.
Sin duda, lejos quedan los tiempos de lo que se llamó capitalismo popular, y es muy probable que el porcentaje de acciones españolas que los particulares tienen en sus manos sea notablemente inferior al 37% que acumulaban en 1998. Desde entonces, varios acontecimientos alejaron a las familias, especialmente el estallido de la burbuja puntocom y, sobre todo, el comienzo de la peor crisis de la historia económica reciente.
A ello se ha añadido el impacto de fiascos tan sonoros como la OPS de Bankia, que ha hecho que, en la práctica totalidad de las salidas a bolsa de los últimos años, haya predominado la cautela y sólo se dirigieran a inversores institucionales. Ahora bien, el contexto actual es muy diferente al propio de finales de los 90 y no debe extrañar este resurgir del minoritario.
Más allá de la racha alcista en la que está inmerso el mercado desde octubre (y que las elecciones francesas han reforzado) deben valorarse los grandes avances que se han dado en materia de exigencia de información para el inversor, creación de nuevos códigos más didácticos y el mayor control sobre los productos especulativos y peligrosos (como los CFD).
Por tanto, el pequeño inversor regresa a un mercado más seguro y debe celebrarse que esté dispuesto a extraer más rendimiento de su ahorro, del que ahora sólo se destina el 7,4% a renta variable.