
Emilio Saracho se mostró contundente en su primera comparecencia como primer espada del Popular. Tras apenas 50 días en el cargo, el exvicepresidente de JP Morgan dejó claro que la entidad necesita otra ampliación de capital. Se trata de un anuncio de gran calado, como demostró el nuevo desplome de la cotización (de casi el 10%), ya que supone apelar por cuarta vez a los accionistas, sin que haya transcurrido siquiera un año desde la última vez que la entidad lo hizo.
Pero, además, aunque Saracho no concretó ni plazos ni cuantías, sí permitió entrever que se tratará de una macroampliación. No en vano aseguró que los 1.200 millones que podría captar en una operación ordinaria de este tipo, que se sujete al límite del 50% del capital social, "no sirven absolutamente para nada" por sí solos. El propio Saracho demostró ser consciente de la magnitud que sus planes implican.
Por ello, se resiste a poner en marcha la ampliación hasta que Popular haya recuperado la credibilidad perdida ante los inversores. Para ello, es fundamental que, como se comprometió, impulse con decisión la venta de activos, como la filial de Miami, Totalbank, y la que comparte con Värde en el ámbito de las tarjetas, llamada Wizink. Pero, sobre todo, el nuevo presidente exhibe claridad de ideas ante la difícil situación del banco.
Su ratio de capital apenas roza el 11,3% exigido y la cobertura de sus activos tóxicos no llega al 50% previsto para el cierre de 2016, a lo que suma al hundimiento de su calificación crediticia. Popular, por tanto, necesita de medidas drásticas, como la inyección masiva de capital, sin que aún pueda descartarse, como el propio Saracho hizo, la posibilidad de que el banco tenga que fusionarse.