
El ministro Cristóbal Montoro sorprendió en enero al vaticinar que la recaudación por impuestos avanzará este año un 7,8%. Se trata de un incremento de envergadura, no sólo porque triplica el alza esperada del PIB. Además, supondría situar el volumen total de ingresos fiscales por encima de los 202.000 millones, una marca no vista ni siquiera antes de la crisis.
Cifras como éstas bastarían para justificar el escepticismo que ya muestran los expertos, pero la desconfianza sube de grado atendiendo al desglose de las previsiones por tributos, en especial en lo que atañe al IVA. Este impuesto cerró un 2016 de récord, gracias al despertar del consumo y al boom del turismo.
Su recaudación llegó a los 62.500 millones, pero Hacienda cree que aún tiene potencial para crecer un 10% más. Es difícil discernir qué alimentará tan fuerte mejoría en un año en el que el PIB desacelerará al entorno del 2,5% y el turismo lo tendrá difícil para batir las marcas que ostenta.
Es todavía posible, además, que el enfriamiento económico resulte mayor de lo esperado por el encarecimiento del crudo, el despertar del proteccionismo o la inestabilidad política en la UE. Los expertos, por tanto, tienen base para poner en cuarentena el optimismo de Hacienda e incluso para avisar de una desviación a la baja de la recaudación en 10.000 millones.
En este escenario, el Gobierno debería ser más prudente para evitar que se repita la situación de 2016, cuando el fracaso de los pronósticos obligó a subir Sociedades in extremis con efecto retroactivo. El efecto de la mala previsión puede ser aún más pernicioso en 2017, un año en el que, según el propio Gobierno admite, ya es probable que España supere el tope de déficit que la UE exige.