
El precio de la electricidad en el mercado mayorista sigue al alza. De hecho, los altos niveles a los que se cerraron ayer las negociaciones en el llamado pool eléctrico permite prever que hoy se rebasará la histórica marca de los 100 euros por megawatio/hora. Una vez más, por tanto, urge evitar juicios precipitados y recordar que existen razones objetivas que explican este encarecimiento. El invierno de 2017 será recordado como aquél que acogió una imprevista sucesión de factores adversos, como una intensa ola de frío, la fuerte subida del gas en los mercados internacionales y la necesidad de exportar energía a Francia.
Con todo, también se evidencian los sesgos que el funcionamiento de un mercado marginalista impone. En él, el precio final de la electricidad lo determina, diariamente, el coste de la última tecnología a la que se ha recurrido para cubrir la demanda. En tiempos de fuerte actividad de las renovables, arroja precios bajos. No en vano se les da prioridad para que presenten sus ofertas y éstas son necesariamente bajas, debido a los escasos costes de producción de la energía verde.
Ahora bien, en momentos como los actuales, de escasez de viento y lluvias, son incapaces de cubrir la demanda y el mercado tiene que dar entrada, día tras día, a tecnologías caras que imponen su precio al conjunto. En muchos países de la UE se evita este desequilibrio recurriendo a mercados no marginalistas, sino de capacidad. En ellos, las eléctricas ofertan su energía en bloques cerrados, según su coste real de producción, y no de forma puntual y diaria, sino con otros plazos, lo que supone una protección frente a fluctuaciones coyunturales. España debe explorar este mecanismo como solución a las debilidades del actual mercado.