
España se enfrentó ayer a las que, desde hace meses, se han considerado las elecciones más inciertas de la democracia española. La tensión alcanzó su cénit la semana pasada cuando, a las escasas esperanzas de superar la fragmentación parlamentaria surgida en diciembre, se sumó la zozobra provocada por el sorpresivo sí del Reino Unido a su separación de la UE (Brexit).
Las dudas que suscitaban los comicios del domingo eran, por tanto, máximas, pero la noche electoral se saldó con varias certezas de amplio alcance que deben valorarse en su justa medida. En primer lugar, vuelve a demostrarse que es pronto para certificar la muerte del bipartidismo, como machaconamente se intenta hacer desde las elecciones andaluzas de 2015.
Ayer, la suma de los votos de PP y PSOE se acercó al 55% de los sufragios, cuatro puntos más que en diciembre. Aún más significativa es la contundencia con la que los populares ganaron los comicios, ampliando su mayoría desde 123 escaños hasta 137. Se demuestra así que los electores rehuyen las aventuras, en un momento en el que las incertidumbres económicas se avivan tras seis meses de interinidad y las negras expectativas que fenómenos como el Brexit plantean. Si a ello se suma el acertado cambio de estrategia del PP, que impulsó a su candidato, Mariano Rajoy, a asumir una mayor presencia pública, puede entenderse que los populares rocen la mayoría absoluta si suman los apoyos de Coalición Canaria, PNV y, sobre todo, Ciudadanos.
El partido naranja, como en la anterior legislatura, sigue llamado a desempeñar un importante papel como formación bisagra, aunque su total de escaños pasó de 40 a unos todavía meritorios 32 asientos. Ahora bien, su líder, Albert Rivera, debería llevar su reflexión sobre el retroceso más allá de las críticas a la ley electoral. Todo apunta que el empecinamiento de Rivera en negar todo apoyo a Rajoy ha espantado a parte de su electorado natural, situado en el centro derecha. De hecho, cabe concluir que los 429.000 votos perdidos por Ciudadanos desde septiembre se han trasvasado casi íntegramente a los populares.
En lo que a la izquierda respecta, el fenómeno más llamativo es el fracaso sin paliativos del gran anhelo de Podemos, arrebatar al PSOE el segundo puesto, para lo que se alió con IU. Pero Unidos Podemos no ha sido capaz ni de reeditar el logro de diciembre, cuando los votos sumados de ambas formaciones ya superaban los propios de los socialistas. Ahora, la coalición encaja la pérdida de 1,1 millones de sufragios y se apunta 71 escaños, a distancia de los 85 del PSOE e incapaz de sumar mayoría absoluta con estos últimos. El discurso populista y la arrogancia de Podemos da así claras muestras de agotamiento, mientras el líder socialista, Pedro Sánchez, logra salvarse, al haber evitado un sorpasso que habría sido histórico. Ahora bien, el hecho de que su partido haya registrado un nuevo mínimo de escaños (con pérdidas incluso en su feudo de Andalucía) y que prosigue la sangría de votos, con 174.000 menos, deben disuadir a Sánchez de toda intentona de intentar un Gobierno de izquierdas o de precipitar unas terceras elecciones, en las que acabarían hundiéndose todavía más.
Queda demostrado que es al centro derecha a quien le corresponde intentar conformar un Ejecutivo. Es probable que éste no cuente con mayoría abosluta, pero eso no le impedirá preservar las reformas de la penúltima legislatura lo que ofrece estabilidad tanto a la recuperación española, como a la UE y los mercados.