
Popular sorprendió ayer al mercado al anunciar que, por segunda vez en cuatro años, lanza una ampliación de su capital. Su cuantía, como en 2012, ascenderá a 2.500 millones, lo que implica ahora emitir más de 2.000 millones de nuevas acciones, duplicando así su capital actual, lo que da idea de la envergadura de la operación y de los efectos potenciales para los accionistas. Así, los partícipes que no acudan se verán diluidos en un 47%.
Era difícil que el anuncio de un movimiento inesperado de esta magnitud tuviera buena acogida en bolsa y, de hecho, su valor se desplomó un 26,4%. Ahora bien, la premura con la que ha actuado la entidad presidida por Ángel Ron tiene su razón de ser. Popular destaca en el sector financiero español por sus ratios de eficiencia y rentabilidad, pese a las dificultades que los tipos en mínimos plantean a todas las entidades. Ahora bien, urge afrontar el problema de la alta presencia de activos improductivos en el balance, capaces de lastrar sus resultados.
La ampliación de capital no impedirá que éstos registren pérdidas, pero demuestra desde ya capacidad de reacción, pues permitirá al banco destinar hasta 4.700 millones a provisiones y allanará el camino hacia la reducción de los activos tóxicos en 15.000 millones de euros entre 2016 y 2018. A ello se suma el hecho de que Popular no podía desaprovechar la ventana de oportunidad que ahora ofrece el mercado, sin arriesgarse a que factores incontrolables, como el resultado de las elecciones de junio, enfriaran el interés de los inversores. Sin duda, Popular actúa bajo un evidente apremio, pero ese hecho no oculta que, con su nueva ampliación, está dando un paso necesario para reforzarse.