
La Cumbre Mundial sobre el Cambio Climático (COP21) arrancó hace una semana en París con unas muy elevadas expectativas. A ello ayudó la presencia en la capital francesa de personalidades de la talla del presidente de EEUU, Barack Obama, y de su homólogo de China, Xi Jinping, máximos representantes de las dos economías que más contaminan a escala mundial. Sin embargo, cabe albergar dudas sobre el resultado final de la Cumbre como las expresadas por el comisario europeo de Acción Climática, Miguel Arias Cañete, en su entrevista con elEconomista.
No en vano el boato que rodea a los presentes en París está sirviendo para eclipsar una importante deficiencia de base que presenta el encuentro: la ausencia de una hoja de ruta ya cerrada sobre las estrategias que la lucha contra el cambio climático exigirá. En otras palabras, la presencia de los grandes mandatarios no servirá de nada si no acaban plasmando sus firmas en un acuerdo previo elaborado por técnicos, científicos y especialistas que contenga las acciones necesarias para evitar que la temperatura global no suba más de dos grados en los próximos años.
Aspectos tan cruciales como la fijación, a escala global, del precio del carbono no están sobre la mesa en estos momentos. De este modo, contaminar seguirá siendo económicamente muy barato en ciertas partes del mundo, especialmente en los países en desarrollo. El fracaso, por tanto, amenaza a la Cumbre en el momento en el que enfila su última semana de negociaciones. El coste de ese aún evitable fiasco será muy elevado; no en vano, como recuerda el comisario Arias Cañete, lo que se acuerde en París tendrá vigencia hasta el final del presente siglo.