
Sólo pueden calificarse de decepcionantes los cambios que el presidente Mariano Rajoy comunicó ayer al Comité Ejecutivo Nacional del PP. El partido continúa siendo el mismo que antes del 24-M, cuando se perdieron más de dos millones de votos. En particular la vieja guardia de la formación, la que se ha convertido en el paradigma de los años de corrupción en el seno de los populares, se mantiene incólume.
No en vano todo se reduce a un baile de vicesecretarías, dejando intacto el liderazgo de Dolores de Cospedal e incluso manteniendo en una de ellas, la referida a política territorial, a Javier Arenas. Pese al fracaso electoral, Rajoy sólo ordena dos destituciones menores, las propias de Esteban González Pons y de Carlos Floriano, mientras aprovecha para reforzar a uno de sus hombres de confianza, Jorge Moragas, quien pasa a ser director de un área tan sensible, ante los comicios de noviembre, como es la dirección de la campaña electoral.
Son modificaciones meramente cosméticas. Sobre todo, teniendo en cuenta que los cambios en el Gobierno quedan en el aire, después de anunciar él mismo que iban a ser de importancia. Las últimas informaciones apuntan a que también serán los mínimos y se podrían limitar a la única salida del ministro de Educación, José Ignacio Wert, prevista desde hace meses, y a reforzar las atribuciones de José Manuel Soria, sin nombramiento adicional alguno. Si se materializa ese escenario, Rajoy demostrará que sigue empecinándose en cerrar los ojos al mensaje que los electores transmitieron en mayo (y en las elecciones andaluzas y europeas). Lo que tanto el partido como el Gobierno necesitan es un cambio profundo y de raíz para evitar otra debacle en las generales.