
Dentro de la hoja de ruta que el Gobierno se planteó para el final de la legislatura, uno de las metas más claramente establecidas era la de elaborar y aprobar los Presupuestos Generales del año que viene. Sin embargo, en el Ministerio de Economía, empiezan a ver cada vez más difícil, debido a cuestiones de calendario, cumplir con ese objetivo hasta el punto de que se baraja ya la opción de prorrogar los vigentes para 2015.
Esa continuidad supone todo un seguro a la hora de evitar las muy fuertes tentaciones de elevar el gasto público en unas cuentas que, de poder elaborarse, estarían listas a las puertas de las elecciones generales de noviembre. Ahora bien, está por demostrarse que la garantía de austeridad que supone prorrogar los Presupuestos alcance a compensar el hecho de que la reforma fiscal del Gobierno quedará a medias.
Esta medida, en especial la rebaja del IRPF que contempla, está diseñada para desplegarse en dos fases. La primera entró en vigor en enero de este año; la segunda tendría que hacerlo en 2016. La reforma fiscal, aprobada por Hacienda el verano pasado, no es una más; muy al contrario, revertir la agresiva subida impositiva con la que inauguró la legislatura constituye una de las principales promesas del actual Ejecutivo, no sólo por la necesidad de aflojar la intensa presión fiscal que soporta el ciudadano.
Igualmente importante es el hecho de que, bajando impuestos, el Ejecutivo se reconcilia con el ideario liberal que debió caracterizarlo durante toda la legislatura. Por todo ello, si la vía de los Presupuestos está cegada, Hacienda debe encontrar otra ruta (quizá una ley específica) que garantice que también en 2016 volverán a bajar los impuestos, gobierne quien gobierne.