
Las peores previsiones sobre el comportamiento de la economía de EEUU en el primer trimestre se confirmaron con creces. Es cierto que el invierno fue especialmente crudo al otro lado del Atlántico y, por ello, ya se descontaba una importante desaceleración, capaz de aminorar el meritorio avance del 2,2% anualizado, con el que la primera economía del mundo terminó 2014, hasta el 1,1%.
Nada que ver con la realidad de un PIB que se quedó casi parado, con una velocidad de crucero que no superó los 0,2 puntos porcentuales. La cifra procede del primer cálculo de contabilidad nacional que hace el Departamento de Comercio y aún quedan dos revisiones que la pueden mejorar, pero ambas correcciones deberían ser radicales para cambiar el preocupante panorama que ahora bosqueja el PIB de EEUU.
La fortaleza del dólar ha provocado que las exportaciones caigan un 7,2%, mientras, en el mercado interior, el consumo crece ahora al 2,9% frente al 4,4% anterior. Esta última es una mala noticia para la industria europea y, de hecho, las bolsas del Viejo Continente reaccionaron con retrocesos, del 3,2% en el caso del Dax alemán.
Sin duda, la tendencia alcista que muestra el mercado europeo tenía que corregirse y esta semana, con tres días seguidos sin sesión bursátil, es momento para recoger beneficios. Sin embargo, la intuición de que, más allá del frío invernal, actúan fuerzas que están gripando al principal motor de la economía mundial, no debe resultar tranquilizadora, ni para la Reserva Federal (aun cuando todavía no descarta subir tipos en junio) ni, sobre todo, para una Europa que bordeó la recesión el año pasado y que no puede fiarlo todo al programa de estímulos del BCE.