
La próxima salida a bolsa de una parte de Santillana demuestra en qué medida Prisa se encuentra en una situación financiera límite. No en vano Santillana es un activo de primer orden para el grupo que fundó Jesús de Polanco, hasta el punto de que su actual presidente, Juan Luis Cebrián, siempre se ha afanado en defenderla.
Tras rechazar ofertas de adquisición tanto en 2009 como en 2010, finalmente, en 2014, no tuvo más remedio que aceptar la venta del negocio literario de Santillana (Alfaguara) a Random House, propiedad de Bertelsmann.
Prisa pretendió así conservar la división educativa infantil y juvenil, la más rentable. Sin embargo, ante las presiones de la banca acreedora, Cebrián tuvo que ceder otra vez y otorgar una participación minoritaria, del 25%, al fondo DLJ South American Partners, por 280 millones y el derecho a recibir un dividendo preferente.
En la actualidad, la presión que ejerce el elevado pasivo (2.500 millones de deuda bancaria) de Prisa no se ha aminorado lo suficiente y es por ello que la necesidad de hacer caja decidirá también el futuro de Santillana, la fuente del 49 por ciento de los ingresos totales del grupo.
A la espera de los detalles de la operación, en concreto de la determinación de cuál será el porcentaje exacto de la editorial que saldrá al mercado, lo que ya se puede prever es que esta huida hacia delante no bastará para hacer frente a un deterioro con raíces muy profundas. Prisa aún paga las consecuencias de nefastas operaciones, como fue, en 2007, la opa sobre el 100 por ciento de Sogecable en un momento en que su acción estaba en máximos históricos.
Ni siquiera la OPV de la joya de la corona, Santillana, puede compensar años de mala gestión de Cebrián.