UGT adelgaza peligrosamente. El sindicato es ahora una empresa de 790.000 afiliados (ha perdido 100.000 durante la crisis) y su facturación apenas llega a los 94 millones. Unos números que obligan a acometer una reestructuración ordenada, que debe culminar con la salida de su secretario general. Desde el sindicato se habla de crisis, de fuga de afiliados por el paro y por la disminución de las subvenciones que el Estado concede al año. Pero lo que subyace es una crisis de identidad, derivada de una mala gestión de Méndez, cuya obstinación por prolongar su reinado ha puesto a la institución a los pies de los caballos. Queda por delante un trabajo de renovación profundo para recuperar la credibilidad de una institución centenaria.