La Comisión Europea confirmó ayer lo que es una impresión generalizada desde el pasado verano. Las previsiones económicas de otoño de Bruselas demuestran que la zona del euro empezó y terminará estancada en la segunda mitad de 2014 y aún estará anémica en 2015.
Esa circunstancia obligó a sus expertos a recortar con decisión los pronósticos que formularon la pasada primavera para adecuarse a la nueva realidad. Y esta última se resume en el hecho de que Italia está ya en recesión y sólo crecerá un 0,6% en 2015; Francia casi se paralizará en ambos ejercicios y Alemania decepcionará con un crecimiento del 1,1% el año que viene, cifra que supone recortar casi un punto las anteriores expectativas sobre la locomotora. Incluso el nuevo alumno aventajado de la Unión, España, no se libra de las rebajas y el pronóstico sobre su PIB mengua cuatro décimas hasta un (aún meritorio) 1,7%. Son, por tanto, unos pronósticos pesimistas, cuyo tenor se contagió a la bolsa y el Ibex 35 cayó un 2,12%.
Es cierto que el catastrofismo al que tienden los mercados en las últimas semanas es cuestionable. No en vano las últimas previsiones pesarán en la reunión del BCE de mañana, de la que pueden salir nuevos estímulos. Si a eso se añaden, como hizo el ministro Luis de Guindos, los beneficios de la depreciación del euro y del abaratamiento del crudo no hay por qué entrar en pánico. Ahora bien, tan contraproducente es la complacencia como el miedo y son múltiples las causas que pueden alterar el rumbo. Más inestabilidad en Rusia, el auge de los populismos, las amenazas secesionistas... son todos factores capaces de hacer que las previsiones de Bruselas se pasen de optimistas.